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Mensaje 107: Reflexiones
primaverales
"Vamos a la plaza, don cuis, que seguro a esta hora debe
estar Pipagua
escuchando reggae y vendiendo globos".
Con estas palabras le
propuse mi invitación al cuis para hacerle una visita
al glorioso cacique
Pipagua que, tal como es su costumbre al comienzo de la
primavera cuando
empieza a soplar fuerte el viento, renueva sus esperanzas
de ganar dinero
vendiendo globos en la plaza (ver mensajes 49: "El origen de
los cuises" y
54: "Año nuevo").
Porque una cosa es ganar dinero de manera simple y otra muy
distinta es
encarar un negocio de altísimo riesgo como es el de globero
durante la
primavera madrynense. No es que sea muy exagerado, pero en esta
época del
año los vientos soplan bastante a veces, no siempre, y ahora en la
ciudad
están un poco más amortiguados por la presencia de muchos árboles
y
edificios, sin embargo se forman en algunos lugares corredores de viento
en
donde el mismo genera una especie de remolino rapidísimo que sorprende
a
los transeúntes que inocentemente transitan por esas zonas con
gorro,
sombrero, peluca y/o dentadura postiza.
Pero qué linda que es la
primavera, no? las flores florecen, las luces
alumbran, las ovejas pastan, la
gente sale a pasear por la rambla, las
ballenas están que revientan de
gordas, en fin, todo muy lindo salvo para el
globero, que ajeno a todas estas
maravillas asume su invalorable sacrificio
y estoicamente resiste los embates
del viento aferrando con una mano los
globos mientras que con la otra saluda
y hace señas que nadie entiende pero
que seguramente
simbolizan la
abnegada vida de este luchador, empecinado en salvar la olla
ofreciendo gas
en envases flexibles y coloridos.
(Porqué será que esta profesión, como la
del afilador de cuchillos, el
zapatero, el botellero aún perduran en el
tiempo? No sé, pero ojalá que
nunca desaparezcan.)
Todavía está bastante
fresco, pero a la luz del sol que poco a poco va
calentando un poco más
anunciando la
proximidad del verano, los chicos juegan en las hamacas y en
los toboganes.
El globero permanece atento al manojo de globos ahora atado a
un soporte
mientras saca una lata de paté de foie y un paquete de
Criollitas.
A dos cuadras de allí, el mar brilla bajo los rayos del sol de
septiembre,
unos
pescadores se afanan por conseguir piezas grandes,
algunas parejas caminan
por la extensa arena ahora que la marea está
bajando.
Llegamos a la plaza y el cacique Pipagua está allí, con los globos
flameando
a su lado como banderas multicolores y la mente divagando en quién
sabe qué
senderos de sabiduría y cognoscimiento. Todo lo que nos rodea, el
mar, la
Patagonia, el cielo, los planetas, el cosmos, el universo, son cosas
muy
grandes para intentar entenderlas dentro de la mezquina conciencia del
ser
humano, sin embargo, como aquel filósofo kafkiano que sostenía que todo
el
conocimiento se concentraba en el giro rápido sobre su propio eje de
los
trompos que usaban los niños para jugar, y que cada vez que veía uno
en
movimiento se arrojaba hacia él y lo atrapaba para ser sabio, con lo
que
recibía la desaprobación generalizada de los niños y era considerado
loco,
de igual manera Pipagua, como reivindicando a estos sabios fuera de
su
tiempo, insiste en que no hace falta leer mucho ni viajar lejos para
obtener
conocimientos, solamente mirar alrededor de uno y comprender.
En
la próxima entrega, el cacique expondrá in extensum su teoría ad hoc, con
su
conocido estilo ad libitum.
El Bardo (Carlos Alberto
Nacher)
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