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Mensaje 77:Otra del cuis
"Adónde va don cuis, ahora que
está por oscurecer?"
Le pregunto al bicho poeta viendo que se acerca a
hurtadillas a la puerta
del rancho. Esta actitud al menos sospechosa del
animalito es muy frecuente
en él ultimamamente, ahora que descubrió el
escondite secreto que tiene el
viejo Fiore en el galpón del fondo de su
rancho para las damajuanas de vino.
Sin embargo, algo diferente en su mirada
y en su presentación (se había
lavado la cara y las patas) me llamó la
atención esa tarde. No es habitual
que salga luego de las 18 horas, cuando la
oscuridad incipiente amenaza
abarcar rápidamente toda la meseta y se corre el
riesgo de caer en algún
cañadón dejado por la lluvia, esos canales profundos
en el campo que se
forman con el agua que arrastra todo a su paso y descubre
huesos de
dinosaurios y piedras brillantes. Cuando caen esas lluvias
torrenciales que
se dan muy de vez en cuando pero que lavan toda la tierra y
matan la
vegetación, porque como decía Marcelo C., un famoso zoólogo y
naturista de
la zona que ahora reside en Mar Del Plata, un querido amigo mío
que tuve la
suerte de visitar a comienzos del 2000, una de los principales
flagelos para
la
vegetación de la Patagonia es, justamente, la erosión
hídrica. Las
características de esta tierra hace que no absorba el agua que
luego se va
deslizando y arranca a las plantas de raíz.
Volviendo al cuis,
se detiene sorprendido cuando me escucha y con cara de
duda responde: "Acá
nomás don, voy al almacén a comprar unas pocas
vituallas".
Ya sé que es
mentira pero igual me hago el tonto (lo que no me cuesta casi
nada) y le digo
con aire distraído: "Bueno, vaya pero no me anote mucho que
ya le debo unos
cuantos mangos a Doña Ana. Ah, y saludos a usted ya sabe
quién". El cuis sale
apurado y sin contestar, me asomo a la puerta y veo la
sombra del bicho
correr esquivando arbustos para el lado opuesto al almacén,
como lo
supuse.
Lo que pasa es que hace meses que anda flirteando con una piche, la
Ángela,
de la cual está completamente enamorado aunque no lo quiera
reconocer,
porque como dijo Benavente "el amor es como el fuego: ven antes el
humo los
que están fuera que las llamas los que están dentro".
La piche
vive cerca de la zona de el Doradillo, una playa larga y suave a
unos 15 km
de Madryn, camino a Pirámide. Pero resulta que la muchacha no le
da mucho
calce, en realidad ni la hora le pasa, cada vez que lo ve venir
mete su
caparazón en la cueva con la cabeza mirando para adentro. Si bien es
conocido
en la zona el método para sacar a los piches (que son parecidos a
las
mulitas) utilizando solamente un dedo, el cuis es incapaz de
semejante
grosería y luego de hablarle y recitarle algunos poemas sin
obtener
respuesta vuelve abatido al rancho, con la congoja única que produce
el amor
no correspondido.
No obstante, como todo hombre o bicho seguro de
sí mismo y que sabe lo que
quiere, cada "no" de la piche es para el cuis una
invitación a intentarlo de
nuevo y él, seguidor como perro de sulky, pesado
como filet de ballena,
vuelve a insistir.
Pero las piches de acá no son
demasiado fáciles. Y esta en particular, la
Ángela, es una piche de pocas
palabras, dura de convencer, ni siquiera con
esas poesías y fábulas melosas y
políticamente correctas (dice mi webmaster)
que le compone.
Dicho y hecho.
Al rato vuelve el cuis apesadumbrado, cabizbajo, melancólico,
meditabundo,
con la frente marchita regresa al rancho, entra sin saludar y
se tira boca
abajo en el catre. Al verlo en ese estado de desolación me le
acerco y le
digo: "No se preocupe don cuis, otra vez será. Venga, vamos a
caminar un rato
por la playa que todavía está bastante claro".
Salimos del rancho, la brisa
fresca nos pega en el rostro con una caricia
ocre y salada. Bajamos a la
costa y caminamos en ojotas por las piedras
arcillosas pobladas de
mejillones.
Miles de cangrejos pequeños se esconden a nuestro paso. La espuma
de mar con
su eterno ruido sordo y cadencioso nos moja hasta los tobillos. El
cuis
canta triste, mirando la nada "I can't get no, satisfaction, and I try,
and
I try".
"Trajo algo para tomar?" me pregunta con los ojos llorosos. En
estos
momentos el mejor remedio para el mal de amores es un buen sorbo a la
petaca
de ginebra que tengo en el bolsillo interno de la campera. Se la
extiendo,
le da un trago y los ojos se le iluminan de repente, sale disparado
a correr
una bandada de gaviotas que está cenando cangrejos entre los huecos
de las
piedras de arcilla, costumbre que se agarró de los perros de la zona,
otros
animales que insisten en correr pájaros marinos aunque nunca agarraron
a
ninguno que yo sepa.
Cuando el cuis está lo suficientemente cerca como
para justificar la huida,
las gaviotas levantan vuelo.
El cuis sigue
corriendo y se pierde en un recodo de la playa. "Venga para
acá!" le grito
cuando me doy cuenta que se me llevó la petaca de ginebra.
Yo, con estas
molestas ojotas que hacen ventosa sobre la arena mojada, no
puedo hacer nada
para detener al cuis patagónico, que se escondió en una
cueva natural de
arcilla bajo las bardas.
Cuando llego, a duras penas, agotado del esfuerzo de
correr sobre la arena
con estas ojotas berretas que compré la semana pasada
en un "Todo por dos
pesos" y que ya se están descosiendo, evidentemente de la
ginebra solo queda
el recuerdo y la noche, con su manto de opaco, ya abraza a
lo lejos a los
barcos amarrados en el muelle.
El Bardo (Carlos Alberto Nacher)
nacher@madryn.com
Libro
publicado:
"Crónicas madrynenses"
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