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Mensaje 72: Cosas de la playa y
cosas del querer (Parte 1)
(ocurrido en algún verano
madrynense)
En épocas de verano las playas madrynenses se pueblan de
turistas,
sombrillas, bikinis, pelotas, paletas y termos.
La marea baja en
la Curva del Indio da lugar a una explanada de cientos de
metros de ancho de
arena lisa y pareja, ideal para hacer un buen picado, son
grandes espacios
donde el tejo, pasión de multitudes, se presenta como el
deporte del momento,
sin molestar en absoluto a los niños que construyen
esos magníficos castillos
a fuerza de enterrar las palitas de plástico una y
otra vez en la arena
mojada, fiel exponente de un arte efímero que dura
exactamente lo que tiene
que durar, es decir, dura hasta que se termina la
obra y nada más, luego es
menester pegarle unas buenas patadas para que no
quede nada en pie, como bien
lo saben aquellos niños menores de 3 años,
aunque luego pasa el tiempo y se
olvidan, creen que las cosas materiales se
construyen
para durar, cuando
en realidad todo es pasajero en este mundo, todo es
fugaz, pero de todas
maneras, siempre habrá una nueva flor abriéndose en
medio del desierto y
regando de pétalos la tierra seca y quebrada.
(Perdón, por favor borrar los
últimos 5 renglones porque no tienen gollete).
Además, estas playas brindan
todas las condiciones necesarias para los
amantes de tiro con pelota pesada
al tomador de sol, deporte que si bien no
es muy aceptado por algunos
bañistas, sobre todo cuando le voltean el mate
recién preparado o la bandeja
con facturas y sánguches de miga, tiene un
gran desarrollo en esta zona, con
muchos aficionados uno de los cuales la
otra vez me pegó un voleo en la
espalda que me dejó tosiendo como 15 días,
pero bueno, son las cosas que
pasan en estos deportes de alto riesgo.
Pero una de las actividades que se
acostumbra hacer en estos días de sol y
calor
es salir a caminar por el
borde de la orilla del mar y mojar los pies con el
agua del golfo, con las
chancletas en la mano y con el marco deslumbrante
del agua quieta y brillante
de un lado, a lo lejos las siluetas de los
edificios costeros de la ciudad y
el muelle viejo, y hacia la izquierda la
arena lisa, más allá la multitud
humana en plena fiesta del músculo tenso, y
apenas un poco más allá, subiendo
la pequeña barda, cruzando la avenida,
la estatua de San Francisco de
Paola.
En eso estábamos con la Laura, una maravillosa mujer que merece mi
mayor
estima y que,
modestia aparte, está completamente loca de amor por
mí, cuando de repente
me dije a mí mismo que era el momento justo para romper
el hielo de esta
silenciosa caminata costera e intentar alguna de mis
conocidas oratorias que
otrora
hicieran suspirar de pasión desenfrenada a
una gran cantidad de turistas de
distintas
nacionalidades,
claro, en
épocas en que pesaba unos 20 kilos menos, tenía todos los dientes
y no usaba
ojotas con medias tres cuarto.
Así que sutilmente me fui acercando a la
muchacha y como por casualidad
procuré un suave roce de mi antebrazo derecho
con el idem izquierdo suyo.
Ella me miró con algo de sorpresa en sus ojos y
trató de apartarse un poco
sin éxito ya que el agua estaba bastante fría. Por
mi parte, con la vista
extasiada en el vuelo estático, valga la paradoja, de
una gaviota agrisada
que acertaba a pasar por sobre mi cabeza en dirección
este, tratando de
internarse en las aguas del golfo a fin de obtener algún
alimento fortuito,
contuve la respiración por un instante e impostando la voz
a lo Sandro, no
sin antes carraspear un poco con el objeto de
eliminar
alguna que otra mucosidad producto de un golpe de aire frío de la
costa, le
dije:
- Lindo día, no?
Como no podía ser de otra manera, esto
pareció avivar la mirada de la
Laura, que a esta altura, luego de dos horas y
media de caminar por la playa
esquivando aguasvivas y sin hablar, ya estaba
en un avanzado estado de
aburrimiento rayano en el embole propiamente dicho.
Sin embargo, ahora más
animada, habló y dijo:
- Así parece, pero decime,
Carlos Alberto, no habrá otra cosa para hacer en
esta tarde, casi noche de
verano, que no sea caminar sin rumbo por la
playa, porque un rato está bien,
pero ya va para tres horas.
- Usted sabe, estimada Laura, que para mí sus
deseos son órdenes y que
además, lo
cual es mucho más importante para
establecer la justa armonía entre dos
almas que parecen idénticas, sus
órdenes son mis deseos. Digamos, para
mantener este halo de romanticismo que
nos envuelve hoy aquí, en este paraje
extraño, sí, dije extraño, como es de
extraño el hecho que hoy, con más de
6000
millones de corazones latiendo
sobre esta tierra, yo la haya encontrado a
usted
justamente en una de las
partes más despobladas del mundo (ahí cambió la
cara, ojo que se estaba
poniendo un poco más mimosa). Decía, que para
alagarla como usted se lo
merece, es mi deseo invitarla al bar Urquía a
degustar unos buenos pinguinos
de tinto, que ya está por empezar la pelea de
Tyson.
- Esteeee, bueno, no
sé... no estaba pensando en eso exactamente...
(Atención que ahora se va a
poner buena la cosa)
Continuará...
El Bardo (Carlos Alberto Nacher)
nacher@madryn.com
Libro
publicado:
"Crónicas madrynenses"
Puede pedirlo en http://madryn.com/adelantados/elbardo