''''\___labarda___
Mensaje 65: Amanecer
Parece
que el Viejo Fiore sigue con ganas de seguir hablando.
Dejémoslo entonces,
que le siga dando a la lata por un mensaje más:
Me había despertado
muy temprano y al salir al patio de atrás a darle de
comer al perro, todavía
estaba oscuro, vi el cielo sin nubes, las estrellas
a pleno y la luna
brillando , ya por el oeste. Estaba templado y no había
viento. Esta es la
mía, pensé, hace rato que no veo un amanecer. Entré a
vestirme con unos
pantalones cortos, remera y una camperita, por las dudas,
unas zapatillas
viejas, domadas a fuerza de caminatas y la gorra para
proteger la pelada. Ni
mates tomé. Medio vaso de leche fría y dos o tres
galletitas, para no tomar
mis remedios con el estómago vacío. Cada día más
viejo, pensé mientras los
tomaba, pero todavía estoy vivo, agregué como
consuelo. Salí a la calle y le
chasquié los dedos al Dyngo invitándolo a
acompañarme.. Me miró como diciendo
"este viejo loco me saca cada día más
temprano", y salió al trote porque le
gusta venir a caminar conmigo.
Llegamos a la costa y me senté en el murallón
de la rambla a esperar,
mirando para el este.
El horizonte se fue poniendo
apenas rosadito y de a poco pasó al anaranjado
hasta llegar a un rojo pleno
que pintó a unas pocas nubes dispersas sobre el
mar. El brillo rojizo se
reflejaba en el agua. Las estrellas se habían ido
apagando, quedando unas
pocas como amontonadas en el oeste, junto a una luna
que de un disco
brillante y luminoso pasó a ser casi transparente y opaca.
Pero seguía en el
firmamento como porfiándole al sol, que comenzaba a brotar
del mar. Del rojo
volvió rápidamente al naranja y al amarillo y al ratito
nomás, ya no se lo
podía mirar directamente. Su brillo blanco intenso
lastimaba los ojos. El mar
fue cambiando sus tonalidades hasta llegar al
verde azulado que caracteriza a
las aguas del golfo. Miré para el lado de
Punta Cuevas para asegurarme que el
indio Tehuelche había saludado al nuevo
día, haciéndose sombra con la mano
sobre los ojos. Un día más y van...
Reconfortado por el espectáculo,
felicitándome íntimamente por la decisión
tomada, al mismo tiempo me
rezongaba por no hacerlo más seguido.
Me paré despacito, me estiré todo lo
largo que soy, que no es mucho; es
bastante poco, bah. Le dije "vamos" a
Dyngo y comencé a caminar para el lado
del muelle. Al mirar para el mar, me
di cuenta que la marea estaba muy baja.
Posiblemente una marea baja
extraordinaria que dejaba una playa muy amplia,
ideal para caminar por la
arena. Seguramente se podría pasar por debajo de
Punta Cuevas, y ahí nomás
pegué la vuelta y comencé a caminar con rumbo al
indio. Dyngo me miró con
cara de no entender nada, pero al ratito lo tenía
caminando a mi lado.
Es
lindo caminar por las playas de Madryn, aún en invierno. Pero en esta
época
del año, en los meses de octubre y noviembre es genial. Especialmente
al
amanecer. Los pocos "locos" que solemos cruzarnos en nuestras
caminatas
tempraneras, nos saludamos con un ..buen día, tímido y una sonrisa-
que a mí
se me ocurre cómplice y en mi caso quiere decir: "tenemos esta
maravilla
toda pa nosotros solos, viste? Que se embromen los
dormilones".
Recién a eso de las nueve y media o diez, comienzan a aparecer
los primeros
grupitos de turistas, que no saben lo que se pierden por
quedarse un poco
más en la cama o demorarse con un desayuno que bien podrían
tomar después de
contemplar un amanecer Madrynense, y casi seguro que lo
disfrutarían más, el
desayuno digo.
Y si... hay quienes dicen "si viste un
amanecer, ya los viste todos". Pero
no, flaco, se equivocan. Los amaneceres
son todos distintos. El cielo es
distinto, las nubes son distintas, nunca son
las mismas, y el mar tampoco,
cambia todos los días; hay días en que la calma
es tal, el agua está tan
planchada, que los barcos parecen suspendidos en el
aire, sobre un espejo
que les devuelve sus siluetas con un reflejo nítido en
detalles y colores.
En esos días, en el horizonte el cielo y el mar se
confunden. Otros días hay
en que el agua está apenas rizada por la brisa.
Cuando el viento sopla del
oeste y la marea está en creciente, se forman
infinitas, pequeñas crestas de
espuma en las, digamos, "miniolas". En
ocasiones sopla viento norte y el mar
se pica en serio, como para que lo
tengan en cuenta y hasta hace ruido
contra la playa y todo. Otras veces
llegan ondas suaves y extensas,
produciendo un murmullo bajo y
prolongado.
Si durante la noche hubo mar de fondo, y ese si que se hace oír,
al otro día
aparecen algunas playas cubiertas de algas, haciendo notar su
característico
olor a mar.
Insisto y le discuto a quien quiera: en Puerto
Madryn nunca, pero nunca, hay
un amanecer igual a otro.
Carlos Alberto
Fiorentino, con la aprobación de El Bardo
nacher@madryn.com
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