''''\___labarda___
 
 
Mensaje 63:Otra vecindad


Aprovechando que la tarde estaba fresca pero no fría, decidí ir a visitar a
mi querida la Laura, que seguro que en estas tardes de descanso siempre
tiene alguna facturita para convidar, esos vigilantes con crema pastelera o
bolas de fraile con dulce de leche que llenan de dulzura el espíritu.
Me puse los zapatos marrones con punta (dieciocho años de uso
ininterrumpido
sin ninguna queja), una buena camisa blanca y salí. De pasada, no se porqué
compré un ramo de rosas enfrente del cementerio, digo que desconozco la
motivación que me llevó a hacer este gasto ya que a pesar de que uno es un
romántico empedernido, no es para tanto. Unos minutos más tarde, ya
caminando por la Domeq García me acerco a la canchita de fútbol frente a la
pescadería El Poseidón y observo a un puñado de pibes de pantalones cortos
y
patas sucias pegándole duro a una pelota de cuero, como no podía ser de
otra
manera en estas latitudes. Las piedras inclementes de la cancha seguían
cobrando su cuota de rodillas raspadas y a cada tiro libre respondía un
remolino de tierra. A los costados, los álamos altos eran la hinchada
soñada
gritando un gol.
Entrando luego en una de las calles laterales pude ver a una señora con
ruleros charlando a viva voz con la vecina que barría la vereda y a un
grupo
de muchachos parados alrededor de una moto en marcha que tiraba al medio
ambiente un humo negro y espeso. Mientras, en una bicicleta de ruedas
gruesas pasaba el afilador con su mística siringa.
Cosas que pasan en cualquier barrio de Bs.As. o de Rosario, y acá también.
Pero... bastaba con asomarse en cualquier esquina para ver el mar allí, a
apenas dos o tres cuadras de distancia.
Llego a la cuadra de la casa de la Laura y casualmente la mencionada dama
se
encontraba en la puerta, regando los rosales. En el ambiente sonaba una
melosa música de violines.
- Carlos Alberto, qué milagro usted por acá
- Doña Laura, Vine a traerle este humilde obsequio.
- Muchas gracias! Gusta pasar a tomar una taza de café?
- No será mucha molestia?
- De ninguna manera! Pase usted.
- Después de usted.
Mientras ingresaba a la casa volteé el cogote hacia la calle, una especie
de
deja vú (hoy estoy muy sutil) invadió mis pensamientos, ¿no había escuchado
esta charla antes en alguna parte?. En la calle estaban unos chicos con
skate tratando de saltar sobre una madera y apuntándole con la cabeza a las
puertas de los autos estacionados. En el fondo de la escena me pareció ver
a
otro pibe de gorro con visera y orejeras saliendo de un barril, pero esto
es
muy dudoso, no podría asegurarlo ya que últimamente no puedo diferenciar
muy
bien entre la fantasía y la realidad. Al ver tantos chicos jugando afuera
en
libertad en estas tardes soleadas me viene a la memoria lo que tantas veces
escuché de familias que se instalan en Madryn, cuando con un gesto de
alivio
dicen "acá si que los chicos pueden tener una vida sana, tranquila y al
aire
libre". En Madryn, aunque ya no es lo mismo que otrora (ejem!) todavía
muchos piensan en la salud tanto física como mental de los pibes y valoran
de esta ciudad la posibilidad que les está vedada a las grandes urbes, eso
de jugar a la pelota en el potrero, de salir a correr por la playa, o de
cruzar la calle sin mayores dificultades. Y tengo que aceptar sin caer en
un
triste localismo, que por aquí todavía se vive en libertad, como en aquel
barrio del suburbio de Buenos Aires de mi infancia o como tan sabiamente
supieron y saben representar aquel grupo de mexicanos memorables que me dan
vuelta en la cabeza cada vez que ando por estas cuadras de casas parecidas.
Y pienso qué similares son a veces las costumbres y los estereotipos
humanos
a pesar de las grandes distancias y las distintas culturas, por eso no
tengo
más remedio que identificarme con el inigualable Quico y decirle al cuis
"¡Cállate, cállate que me desesperas!" cuando se pone a cantar alguno de
sus
temas bailanteros favoritos. A pesar de las diferencias de tradiciones, de
los distintos giros lingüísticos y del paso del tiempo, no le encuentro
mucha diferencia a estos barrios madrynenses y por extensión argentinos con
aquella mítica vecindad donde El Chavo pasaba hambre, donde la Chilindrina
lucubraba macanas y donde convivían a los tortazos el Profesor Jirafales,
Don Ramón y Doña Florinda.
A pesar del acostumbrado silencio de la gran meseta, del silbido constante
del viento, de la mística y el frío misterio del mar que acecha a la ciudad
y del modernismo de sus construcciones nuevas y su pujante avidez de
turistas, entrando en algunas de sus calles el mundo cambia y se asemeja,
como dije, más a un suburbio de gran ciudad que a una ciudad nueva en el
desierto.
Finalmente, un brindis por esos comediantes de los setenta que todavía por
suerte no se cansan de aparecer en la tele al mediodía, que dure
eternamente
el maravilloso idilio entre Doña Florinda y el Profesor Jirafales y hasta
la
semana que viene.

El Bardo
nacher@madryn.com

 


 

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