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Mensaje 58: Leyenda: El canto de la ballena
Por la zona circulan muchísimas leyendas bárdicas, la mayoría de
ellas
traídas por aquellos arriesgados colonos galeses que se vinieron a
la
Patagonia cuando esta empresa era poco menos que lanzarse a la conquista
de
la luna, aunque sin escafandra pero con sombrero. Estas historias
narradas
por los antiguos Jones, Matthews, Humpreys, Evans, Roberts, etc.
son
extremadamente bellas por ese toque místico de aquellos países del
norte
plagados de historias de duendes, gnomos y princesas encantadas, además
de
una gran riqueza tanto en lo sintáctico, con ese modo de contar
tan
particular de los celtas, como en el contenido de las leyendas, siempre
con
ese caudal inigualable de fantasía y misterio.
Pero como no tengo en
mente ninguna leyenda bárdica seria o al menos
coherente y para no faltarle
el respeto a las tradiciones celtas, prefiero
hoy contar este bolazo que
fuera relatado por el honorable cacique Pipagua
con su inconfundible estilo
claro y mordaz, una noche seca y fresca, recién
comenzada la primavera,
mientras estábamos en el quincho del fondo de la
morada del cacique, bebiendo
copiosos vasos de Johnny Walker con hielo y
escuchando a Marley en la
compactera de última generación que el mismo
cacique instaló contra una de
las paredes del quincho, rodeando los potentes
bafles de 12 pulgadas con
cuatro calaveras de capón, una de carnero y varias
plumas de ñandú
previamente conservadas en formol y sal gruesa para
equilibrar el Ph.
En
el ambiente sonaba a todo volumen "Get up, stand up" del mito
jamaiquino,
cuando el cacique Pipagua cambió de repente su semblante, dejó
como en un
ritual el vaso de whisky a medio terminar sobre el tablón que
hacía las
veces de mesa y dijo:
"Esta costumbre que tienen los jóvenes
como nosotros de poner la música a
todo lo que da hasta que sangren los
tímpanos proviene de una vieja
historia, de cuando los primeros mortales que
moraron en la tierra fueron
creados por los dioses. En su magnánima
benevolencia, los dioses los crearon
a su imagen y les dieron muchas
atribuciones, entre ellas una voz de trueno
con la que podrían dominar a
todas las otras criaturas de la naturaleza,
seres titánicos como los gigantes
de un solo ojo, los dragones de dos
cabezas, los unicornios y los basiliscos
que eran tan frecuentes en esta
zona. Todos ellos caían a sus pies aturdidos
por esos gritos poderosos y
letales.
En medio del caos que prevalecía en
esos primeros tiempos los hombres
dominaban al resto de las razas. Fue
entonces cuando Bilail, un druida de la
escuela de Anstruth que estaba
siempre en pugna por la supremacía con la
orden de los elfos de Dremkis y que
además tocaba el laúd con dos dedos y
sin mirar los trastes, se puso a
componer su Canción Eterna, la creación más
importante con la que vencería
finalmente a sus archirrivales los elfos y se
haría dueño del mundo.
Así
fue como se subió a una de las bardas mas grandes que existían en el
Golfo
Nuevo, hoy conocido como Cerro Avanzado, y mirando al cielo se puso a
tañer
su laúd, entonando la canción con una voz gutural que hacía temblar
hasta a
los tamariscos.
Cuando los dioses, que en esa época bajaban a descansar a la
Isla de los
Pájaros, escucharon a aquel osado mortal gritando más fuerte que
el trueno y
vieron en su frente dibujada la marca del egoísmo y el deseo de
poder,
decidieron quitarle el don del grito gutural a todos los hombres y
dárselo a
las ballenas, esos seres benévolos y silenciosos que no tenían más
deseos
que el de pasar su vida apaciblemente bajo las aguas espesas del golfo
sin
molestar y sin ser molestados.
Bilail se quedó casi mudo y se tuvo que
conformar con ir a cantar de vez en
cuando unos insulsos boleros irlandeses a
algunas de esas tabernas de mala
muerte que eran frecuentes en aquellas
épocas en el golfo, acompañándose
solamente con un pobre arpa de tres cuerdas
y un coro de cuernos en Si
bemol.
Pero el poder inaudito que les dio a las
ballenas la emisión del grito
gutural las cambió, y como en aquella "Rebelión
en la Granja" de Orwell, los
cetáceos se humanizaron, se impregnaron de
ambiciones, ansias, celos,
hedonismo, egoísmo y esa vieja maldad ante la
capacidad para manipular la
energía del Tejido del Universo con sólo
desearlo.
Las ballenas gritaban y gritaban como locas, taladrando los
tímpanos de
todos los animales acuáticos y terrestres, que a su vez eran
obligados a
postrarse ante ellas y a venerarlas, hasta que nuevamente los
dioses bajaron
al golfo y al ver semejante descontrol decidieron de una
manera drástica
castrar a Morddath, la ballena líder, al tiempo que le
dijeron "Por tu
desobediencia tú y toda tu estirpe serán condenados de por
vida a soportar a
cada rato la presencia cercana de barcos de avistaje,
llenos de turistas
extranjeros y nacionales que querrán tocarlas a toda costa
y sacarles fotos,
mientras ustedes deberán de vez en cuando sacar la cola y
golpear el agua
con fuerza para el deleite del turismo y de los prestadores.
Y además desde
ahora van a hablar finito."
A partir de ese momento la
naturaleza se ordenó, las ballenas volvieron a
ser esas dóciles criaturas
adorables que soplan para arriba y hacen monerías
y los hombres del golfo
cambiaron el laúd por el remo y llevaron a los elfos
a ver de cerca a los
gigantes del mar, a cambio de importantes sumas de
dinero.
Las ballenas a
partir de entonces se pudieron comunicar auditivamente con un
sonido largo,
variado y agudo que bajo el agua transita muchos kilómetros y
que tantas
veces confundió a los marinos crédulos que creyeron haber
escuchado el canto
de las sirenas, como le pasó al Pocho Mastronicola, un
merlucero que mientras
estaba levantando la red llena de pescados escuchó
tras la cresta de las olas
gigantes de la boca del golfo el canto de las
ballenas y se enamoró
perdidamente de ellas, tanto que al final terminó
casándose con la Gorda
Tocazo, una mujer de 163 kilos (a la sombra) que
tenía un kiosko donde además
vendía regionales y sacaba fotocopias y vendía
cigarrillos sueltos, a
unas pocas cuadras del
Barrio Juan B. Justo."
Finalizada su arenga, el
cacique hizo un silencio y se sentó nuevamente
frente a la compactera,
pasando al CD número 3 (Los Pericos: Big Yuyo),
mientras miraba de reojo
esperando algún comentario de los presentes. Pero
nadie dijo nada.
EL
BARDO
Comentarios a: nacher@madryn.com
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