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Mensaje 56: Homenaje a las maestras


Antes que nada, quiero aclarar que debido a un extraño brebaje que me dio a
beber el Cacique Pipagua la semana pasada, a base de alcanfor, grapa, licor
de arrayán, alcohol de quemar y unas gotas de kiwi, confundí el número del
mensaje y era 55 (Año Nuevo) y no 54 como le puse.

Ahora sí, con motivo de festejar el pasado 11 de setiembre el día de la
maestra y del maestro voy a hacer un paréntesis en los relatos madrynenses
para dejarles esta pequeña poesía que me dicta el cuis patagónico, como
homenaje a todas esas mujeres y hombres que día tras día se aguantan toda
clase de injusticias, comenzando por los escasos sueldos que cobran desde
tiempo inmemorial y terminando por tratar inútilmente de educar a algunos
energúmenos como quien escribe. Pero claro que también esta profesión tiene
su lado bueno, pero en este momento no viene al caso, hoy que me levanté con
una buena onda impresionante quiero decir que por ejemplo acá en Madryn, con
los 300 mangos por mes que cobran no les alcanza ni para hacer dos avistajes
de ballenas, menos mal que con un solo avistaje por mes alcanza para
engordar el alma, y que las ballenas vienen unos seis meses al año nada más,
que si no uno se gasta todo el sueldo viendo saltar cetáceos.
Aunque todos en la vida fuimos alguna vez maestros de algo, porque nadie
puede ser tan altanero para jactarse de que nunca tuvo nada que enseñar a
nadie (porque mucho más difícil que enseñar es aprender, sobre todo a la
hora de los exámenes), quiero dedicar esta poesía del cuis a mi mamá
(maestra jubilada y actual vicepresidenta del Centro de Jubilados de Puerto
Madryn, no sé si lo dije alguna vez), a la Laura, una maestra que día a día
me enseña cuál es el motivo de mi vida, a una maestra que tuve en tercer
grado, la Señorita Clelia, pequeña, silenciosa pero con una sonrisa y un
corazón gigante, de la que aprendí que el cuadrado de su cariño era igual a
la suma de los cuadrados de sus paciencias y que el orden de los recuerdos
no altera a la gratitud, y dedicarlo también a aquellas maestras y maestros
que atienden unas escuelitas flacas y miserables, como el memorable Víctor
Morón, un maestro rural que vivió hace muchos años por acá y que hizo una
escuela en Mirasol, un pueblo en medio del campo, en cuya memoria se
encuentra en Madryn también la escuela "Víctor Morón". Porque hay que estar
en esas escuelas perdidas y olvidadas, llenas de la tierra que trae el
viento patagónico y vacía de libros y pupitres, sin agua, sin gas, en
territorios ignotos tales como Paso de Indios, Telsen, Las Chapas, Gan Gan,
enseñando a leer y escribir a chicos que de otra manera no podrían acceder a
ningún tipo de educación, y padeciendo un gran aislamiento en esas pampas
desiertas, en esas tierras lejanas cargadas de soledad y frío (eso sí, a
estas maestras les pagan 400 mangos, por zona desfavorable creo).
Bien, luego de esta presentación extensa y asincrónica, acá va el poema
cuisesco, escrito por este bicho del que no se conoce bien en qué escuela
hizo la primaria, aunque existen dudas acerca de la veracidad de su paso por
las aulas, al parecer se trata de otra mala pasada que le juega su
imaginación, que últimamente le hace confundir lo real con lo imaginario y
encima ahora, con el auge de las computadoras, se agrega lo virtual, por lo
que entre la tele, la PC y los delirios imaginativos, queda muy poco tiempo
para la vida real, si se le puede llamar vida a esto de andar por ahí sin
tele, sin PC y sin teléfono celular, si se le puede llamar vida a esto de
andar caminando por la playa sin preocupaciones, juntando piedritas,
haciendo fueguito y tomando mate.

Señorita maestra:

La niebla de las mañanas invernales
no pudo opacar el brillo blanco
de tu guardapolvo flameando
entre las filas torcidas del patio.

El frío de aquellas mañanas viejas
no venció a tus manos tibias
que acariciaban pibes despeinados.

El bullicio de las aulas y el pasillo
se calmó en tus dictados
que enseñaron letras,
sujetos, predicados
con los que aprendimos a leer
la ternura en tus ojos.

Tiza en mano nos descubriste
números, sumas, divisiones
para poder calcular (en vano)
tu comprensión sin fin.

De tu guardapolvo blanco, tus manos y tus ojos
queda un movimiento perpetuo de destellos
que nosotros nunca olvidaremos
aún cuando la escuela esté muy lejos.

EL BARDO

 

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