Son muchos los eventos deportivos y culturales que se
desarrollan en Madryn.
Uno de ellos, el Campeonato De Truco Con Flor en el
Centro de Jubilados es,
quizá, uno de los más esperados por muchos de
nosotros que tenemos la
oportunidad de demostrar nuestras habilidades ganadas
durante larguísimos
años de estudio, de análisis y de práctica en este
maravilloso juego que ya
puede considerarse como el gran deporte nacional y
netamente argentino.
Por lo tanto, cada vez que se acerca la fecha del torneo
de manera
imperceptible el clima en las bardas se va tornando más y más
competitivo y
hasta agresivo, la cosa se pone densa y el aire espeso, sobre
todo entre el
Viejo Fiore y yo, dos antiguos archirrivales que, a pesar de
conocernos en
abundancia y de haber compartido agradables momentos e
innumerables mesas de
asado y mate frente al mar, todo esto pasa a segundo
plano cuando se acerca
la hora de desenfundar el mazo de cartas españolas,
servir el vaso de vino
correspondiente y preparar los porotos para el
tanteador. Toda esa antigua
amistad que decimos nos rodea pasa lastimosamente
al olvido y la cosa es a
cara de perro.
Y más aún sabiendo que el premio
esta vez eran dos cajones de Balmec tinto
para la pareja ganadora y un cajón
para el segundo puesto.
Por eso no me llamó la atención para nada el cambio
de actitud de Don Fiore
desde la semana anterior al torneo, en que este viejo
ladino pasaba por
enfrente del rancho y me saludaba casi imperceptiblemente
con un movimiento
forzado del cogote y sin mirar. Esa señal era suficiente
para saber que la
batalla había comenzado mucho antes de habernos sentado a
la mesa frente a
frente.
Sin embargo, esa sensación nerviosa de alguna
manera se disipaba al contar
con un compañero de lujo, justamente el cuis,
del que si bien tengo todo el
derecho de decir que es una porquería de bicho,
debo reconocer que sus
habilidades truqueras y su facilidad para decir
mentiras superan ampliamente
las espectativas, cualidades transmitidas de
generación en generación desde
tiempo inmemorial (ver mensaje 49).
Se
aproximaba el sábado del campeonato y el cuis, inmutable, como si
nada
estuviera ocurriendo, con una seguridad absoluta de sí mismo, se la
pasaba
panza arriba comiendo maní con sal o bien mirando la tele en la pieza
(que
nunca apaga cuando se va) o bien tarareando alguna bailanta, algún
clásico
de Pocho la Pantera o de Malagata.
A veces en un acto de sumo
arrojo salía a las bardas a caminar entre las
jarillas, quizá rumbeando hacia
la cueva de una piche que vive pasando la
vieja fábrica de harina de pescado
y a la que anda flirteando desde hace
tiempo, de la que ya les voy a contar
algo.
Por mi parte, el viernes anterior me pasé toda la tarde y gran parte de
la
noche concentrando sentado frente al muelle viejo, viendo el vaivén de
los
barcos a lo lejos, los pescadores del muelle que con gran parsimonia
y
tranquilidad le ganaban al mar de vez en cuando algún que otro pejerrey
que
pasaba a engrosar la pila de cadáveres marinos sobre el nylon
grasiento.
Una de las mejores formas de concentración en los momentos previos
a un
evento de la importancia crucial del campeonato de truco es sentarse
solo
cuando cae la tarde junto a los maderos chuecos del muelle viejo, sentir
la
calma con que las olas se acercan lentas a la playa, con su rutina
infinita
de acariciar los pilotes del muelle, morir en la orilla y renacer
quién sabe
dónde.
Con los ojos fijos en el horizonte trataba de
materializar en mi mente una
mano ganadora, una flor con 38 o el ancho de
espadas y el de bastos al mismo
tiempo.
Hacia las 10 de la noche, ya
completamente imbuido en el torneo del sábado,
di por finalizada la fase de
preparación psíquica y purificación mental y
tranquilo pasé a buscar a la
Laura, que ya me estaba esperando con el Fiat
147 en marcha, con quien nos
fuimos a cenar a Roselli, una pizzería frente
al mar, reciclada de una de las
construcciones más viejas de Madryn donde
hacen unas de provolone a la piedra
espectaculares (también la calabresa con
tomate y ajo es una
maravilla).
Allí, frente a las porciones crocantes y aceitosas mas dos de
fainá que
había pedido (a pesar de las infundadas críticas de la Laura que
dice que
estoy cada vez más gordo y cuando me ve comiendo se pone más pesada
que
filet de ballena), la Quilmes tres cuartos y los ojos grandes y vivos de
la
Laura, seguía con la mente y el espíritu dedicados por completo al
torneo
del día siguiente, podía sentirme como gladiador que al otro día
debía
batirse en la arena.
Ya vas a ver Don Fiore, mañana vas a morder el
polvo...
Continuará...
EL BARDO
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