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Mensaje 46: Invierno en Puerto
Madryn
"Sábado, 3 de julio de 1999.
Aquí estoy de nuevo.
Trataré de
describir, tratando de no abusar de metáforas y adjetivos
remanidos, el
panorama que mis ojos miran y admiran en este momento, en que
el sol despunta
triunfal en el horizonte límpido e inmaculado.
Es media tarde y el calor
azota. Todavía, ahora que estoy sentado bajo la
sombra fresca de una frondosa
arboleda bebiendo un agua de coco, en mis
pies
permanece pegada la arena
finísima y blanca de la playa, resabio de una
loca
caminata con Solange
por la orilla de este mar más azul que nunca,
correteando entre risas y
caricias, salpicándonos con el agua tibia de la
playa, tomado de la mano de
esa morena cuyo nombre suena a arrullo de
espuma
de mar, y que ahora
sentada a mi lado, jugando con sus manos en los
[caracoles de sus cabellos]
(1), parece ser una diosa pagana que le ordena
con la mirada al mar que se
mantenga allí, limpio y estático... y eterno. Y
el mar obedece con solo
percibir la cercanía de su piel de bronce pulido.
Yo
le canto:
[Morena
flor, sin ti, mi vida pasa tan triste...] (2).
A lo lejos, cientos de trajes
de baño corren tras una pelota, mientras
tanto, una bella muchacha bebe
cerveza marca Brahma bajo una sombrilla y
esconde sus ojos tras los Ray-ban
oscuros. Se pone de pie, camina [tan
linda, tan llena de gracia, con un dulce
balanceo, camino del mar]. (3)
Llega el ocaso, el calor del día cede el paso
al calor de la noche, y con
la
[mirada perdida en el encuentro de cielo y
mar, bien despacio voy sintiendo
toda la tierra rodar] (4).
Mas allá,
varios veleros y un ala delta solitaria contrastan con los
imponentes
rascacielos"
Esta carta que acabo de recibir de Pipagua, que está pasando
unas pequeñas
vacaciones de invierno en Río de Janeiro (nadie sabe cómo
consiguió la
plata
para ir) nos demuestra que no todos los inviernos son
iguales, nada que
ver.
Pero para no ser menos me levanté el domingo bien
temprano, me calcé unos
viejos shorts pakistán floreados que guardo desde el
verano del 86, una
musculosa marinera y salí a correr, como es mi costumbre,
unos cuantos
kilómetros a campo traviesa por las bardas.
Todo estaba
blanco, las matas estoicas sostenían el peso sólido y frío de
la
helada de
anoche y la brisa mañanera me atravesaba la piel como
cuchillos
filosos.
El primer tramo no fue difícil, a pesar del clima el
cielo estaba claro y
la
mañana soleada, ya había parado la lluvia y se
respiraba un aire tan limpio
que a cada paso me llenaba los pulmones
enteros.
Casi sin darme cuenta, trotando llegué a la Irigoyen, todavía con
barro, y
al tomar la rambla me dió de lleno el aire de mar en la espalda. A
lo
lejos,
una ballena jugaba a hacer espuma con la cola.
Los arbolitos
de la rambla parecían decorados como para navidad, adornados
con largas gotas
congeladas.
De pronto, una ráfaga fuerte de viento me detuvo, intenté avanzar
un poco
más pero no pude, duro estaba, con la impresión de que las orejas se
me
iban
partiendo de a pedacitos. Ni señas podía hacer.
Menos mal que
justo pasaba una ambulancia del SEP (servicio de emergencias
privado) que al
verme duro como rulo de estatua me levantó y me llevó de
inmediato a la sala
de auxilios.
Ya superado el momento del congelamiento inesperado, recobré
el
conocimiento
sobre una camilla mullida, rodeado de una cantidad de
frasquitos con
remedios, y controlado de cerca por la enfermera [que es jamón
del medio]
(5) del turno mañana que me tomaba el pulso con sospechosa
delicadeza (no
le
cuenten a la Laura).
Mientras verificaba los latidos
la miré fijo y le dije [yo no quiero ir al
doctor, solo quiero ver a la
enfermera] (6).
Cuando pude recobrarme me llevaron de nuevo al rancho
envuelto en una
frazada, ya estaba cerca el mediodía y de la puerta se
percibía el aroma
del
puchero de gallina que estaba preparando el Viejo
Fiore con la companía del
cuis que mientras picaba unos [nervios de cerdo con
ajo, perejil y aceite
para sopar el pan, acompañado de Amargo Obrero con
hielo] (7).
La enfermera me acompañó hasta la puerta y le dijo al viejo: "Acá
le
entrego
al salame este, a ver si controlan al nene y que no salga
desabrigado".
Mientras, en el mar pero bien cerca de la costa, dos ballenas
seguían con
su
juego de amoríos, resoplando, tan grandes, tan sanadoras
del alma.
Autores consultados:
(1) Caetano Veloso
(2)
Toquinho
(3) Vinicius de Moraes - Jobim
(4) Vinicius de Moraes
(5)
Carolo
(6) Charly García
(7) Los Midachi
EL
BARDO
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