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Mensaje 44: CUENTOS FANTÁSTICOS MADRYNENSES: EL VISITANTE


Continuando con nuestra habitual entrega de cuentos fantásticos madrynenses,
que fuera iniciada con gran éxito de público en el mensaje 33 (El Inmortal)
y detenida en ese mismo momento por razones de carencia absoluta de ideas
fantasiosas, quiero compartir con ustedes este cuento imaginado en una
mañana en que me levanté temprano y salí a juntar los huevos que normalmente
producen un par de batarazas ponedoras que tengo en el gallinero del fondo,
sin querer pisé uno de los productos, sacudí la alpargata, la restregué
contra el duraznero, agarré papel y lápiz y me puse a escribir esto.
Antes de empezar, debo mencionar que el indio Pipagua ha retornado de
Kingston con grandes novedades que ya les referiré. Por otra parte el cuis
manda muchos saludos y también se compromete en el futuro a contar la
leyenda de "El origen de los cuises", realmente muy interesante.
A los bifes:

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(Le pasó a un peón de campo. Es que en estas latitudes, aunque no parezca,
pasa de todo, cosas increíbles, cosas raras, cosas sobrenaturales. Yo, por
ejemplo, una vez pagué la luz sin que estuviera vencida. Ese evento, a
primera vista fantástico, es una cosa. Y este que cuento es otra cosa).
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El Visitante

Esta estancia solitaria, donde habito hace 15 años desde que mi patrón me
contratara en Trelew para cuidarle las ovejas, ya no es la misma de antes.
Ni yo tampoco. En ese entonces había aceptado el trabajo motivado por la
escasez de conchabos en la ciudad y por mi absoluta falta de recursos para
cubrir mis necesidades básicas y las de mi familia en Trelew, una madre y
cuatro hermanitos hambrientos.
Luego, a pesar de que la paga era poca, me servía para mandársela
religiosamente a mi madre y alimentar a los críos, ya que yo qué iba a
gastar en estas pampas, alejado y aislado absolutamente del resto de la
gente y de la civilización. Me sobraba con las provisiones que todas las
semanas traía mi patrón en camioneta, a veces una bolsa de papas, o de
polenta, muchas conservas, unos cartones de vino y pilas para la radio, mi
única diversión. Ahora ya no me alcanza, debo cazar cada vez más liebres o
guanacos o cualquier bicho que se cruce para alimentar al "visitante".
Años pasé en soledad en esta casa, derruida por el tiempo. Una casa amplia,
vestigio de un pasado lejano y redituable en el campo, pero que ahora está
casi en estado de abandono. Cada día, mientras estaba solo, luego de
controlar el agua de los bebederos de las ovejas me concentraba en un
continuo recorrido por los cuartos buscando ratas y otras alimañas, siempre
solo, con la radio encendida fija en LU17 a todo volumen, la única que se
escucha aquí, a 70 km de Madryn, la ciudad más cercana y a 15 km de la
estancia vecina. Mi búsqueda sistemática rendía sus frutos de vez en cuando
pero a pesar de que durante meses no aparecía ningún bicho cerca, continuaba
como un autómata el rastreo en cada habitación.
Todo era normal, a pesar de que hacía dos años largos que no visitaba a mi
viejita, a la que mi patrón se encarga de llevarle la paga cada mes, hasta
que una noche apareció el "visitante".
A veces es difícil conciliar el sueño en estas soledades, se mezclan en la
cabeza recuerdos de infancia, inmensos temores, deseos de una mujer tibia,
frío y oscuridad y sobre todo esa sensación de miedo e inseguridad que se me
acrecentaba día a día. En esa noche, luego de bajarme un cartón entero de
Termidor para poder dormir o al menos no pensar en poder dormirme, mi mente
daba vueltas como en una espiral de colores infinita dentro de la ceguera
del cuarto sin luz, cuando escuché afuera un alarido como de un animal
grande, pero en absoluto parecido a los sonidos de los que frecuentan esta
zona.
Medio espantado pero con el coraje que da el alcohol salí a la noche con una
linterna y la escopeta preparada. Ni bien atravieso la puerta del frente
escucho de nuevo más alaridos desgarrados y una manada desbocada de guanacos
me pasa a unos tres metros de distancia, corriendo a galope tendido. Los
caballos misteriosamente habían desaparecido del corral, podrían estar
escondidos dentro pero ni se los escuchaba. Entre el tumulto y la polvareda
levantada por los guanacos enloquecidos vi que una figura completamente
deforme se iba acercando a la casa. No podía distinguir bien de qué se
trataba, pero rengueaba del lado derecho y era bastante grande, gigantesca
diría yo.
El pánico me paralizó en un instante cuando comprobé que sus pasos torpes se
acercaban derecho a mí, que en un rapto de lucidez, un pequeño momento en
que el miedo y el embotamiento del alcohol me dieron un respiro, pude
meterme adentro de la casa. Quizá haya sido menos de un segundo, pero en
carrera hacia el interior de la estancia pude enfocar a la pasada el rostro
de la bestia con la linterna y juro que vi como una especie de máscara
peluda, como una rata gigante de colmillos afilados que le colgaban hasta
muy debajo del mentón, unos ojos saltones, achinados y rojos que destilaban
odio por las venitas dibujadas en las pupilas.
Sin detenerme pude percibir que mientras me escondía en el baño "la cosa",
porque es la única palabra que se me ocurría entonces para nombrarla (que
con el tiempo y la costumbre se transformó en "el visitante"), me buscaba
frenéticamente en cada cuarto, podía sentir su hocico negro aspirando
ruidosamente en los rincones como un gigantesco y grotesco perro famélico.
Cuando lo sentí en la habitación lindera al baño donde me escondía, me fui
escurriendo en la oscuridad hasta la puerta del cuarto, los hociqueos del
monstruo se escuchaban cada vez más fuertes y cercanos, sacando fuerzas de
no sé donde y dándole una tregua al miedo di un paso adelante, tomé a
tientas el picaporte y cerré la puerta con violencia. Desde el interior, el
monstruo embestía frenéticamente la puerta emitiendo los mismos alaridos que
cuando estaba afuera corriendo a los guanacos, pero ahora aumentados por el
eco de la habitación vacía.

Continuará...

EL BARDO
 

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