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Mensaje 40: UN VIAJECITO (hace dos meses) (Segunda Parte)


Llegamos a la casa y nos recibe el único peón a cargo del campo, un muchacho
de unos 30 años, respetuoso y de pocas palabras como todo hombre de campo, que
me cuenta que es de Trelew y que viaja una o dos veces por año a visitar a su
familia. El resto lo pasa solo, completamente solo en este campo,
movilizándose a caballo y a 10 km del humano más cercano, otro peón de la
estancia vecina. Sin electricidad ni gas, con la única distracción de una
radio a pilas que capta nada más que LU17, la radio AM de Madryn, que para
mejor es bastante aburrida. Y el viento constante, y la tierra, y la sequía.
Todas las semanas Don Vidal le trae algunas provisiones para matizar la carne
de capón o de cordero, principal alimento del peón de campo. Y las esperadas
pilas para la radio. Sin embargo este auténtico ermitaño nos recibía sonriente
y durante nuestra estada en la estancia demostró una predisposición y una
actividad como si no supiera o no le importara que le esperan infinitos días
todos iguales, sin domingos ni lunes... sin una mujer...  sin un amigo.
 Sigamos con el viaje. Estábamos a unos 10 km de la costa del mar, sobre el
Golfo San Matías y allí nos dirigimos por un sendero peor que los anteriores,
minado de pozos y saltos y ramas de arbustos. Llegamos al final del campo y
comenzamos a descender hacia la playa por un cañadón natural, el único en
varios kilómetros de costa.
Parecía que el cañadón, profundo como nunca había visto, no se terminaba
nunca, a los costados sus paredes dejaban al desnudo las distintas capas que
denunciaban la evolución geológica de la meseta de la meseta en los últimos
varios millones de años.
Luego de un descenso por un camino bastante empinado llegamos a la playa.
Aunque no se puede describir con palabras el paisaje sin desmerecerlo, digo
que estábamos en una playa de unos 30 metros de ancho, de arena y piedras,
rodeada de unas bardas altísimas, verdaderos acantilados de 80 o 90 metros de
altura y, ya más cerca del mar, una corona de piedras arcillosas
(desprendimientos de los acantilados) ennegrecidas por los mejillones y
habitada por miles de cangrejos y pulpos.
Cada tanto se derrumban pedazos de barda que caen al agua y luego son
utilizados por los mejillones para instalarse.
Las piedras que se desprenden de los acantilados dejan al descubierto restos
fósiles, algunos muy interesantes, como esos caracoles en forma de tirabuzón
que los hay fósiles por miles pero que se extinguieron con los dinosaurios y
ostras de 30 millones de años de edad.
Cuenta Don Vidal que una vez encontró en estas paredes gran parte de un
esqueleto de plesiosaurio y un esqueleto de una ballena de varios millones de
años de antigüedad, los cuales se pueden observar en el Museo Egidio Feruglio
de Trelew, un lugar más que interesante tanto para niños como para grandes,
donde se pueden apreciar todo tipo de fósiles, dinosaurios, tiburones (de los
tiburones quedan nada más que los dientes), etc.
Y el cuis, ahora aduciendo que tenía frío, seguía sin bajarse de la camioneta
y bebiendo la enésima latita de cerveza.
Nosotros, después del la caminata de rigor por la playa, nos acomodamos en una
entrada que el mar va cavando en las bardas, llevamos el equipo de mate y unas
facturas que habíamos comprado antes de salir en la panadería Ruly, una de las
mejores de la zona, sobre todo si uno va temprano y consigue el pan y las
facturas recién horneadas y bien calientes.
Mientras uno chupaba la bombilla y los otros esperaban el turno, el mar nos
arrullaba con su oleaje infinito, y bien cerca de la costa, a unos diez metros
más o menos, asomaba la cabeza de un lobo marino solitario que acertaba a
pasar por ahí.
Luego de unos reconfortantes mates calientes a orillas del mar en medio de ese
paisaje fantástico, emprendemos el camino de regreso. Costó la subida por el
cañadón, pero al fin llegamos al caminito vecinal. Otra vez cruzamos otra
manada de guanacos (no sabía que había tantos), varias martinetas, liebres,
ovejas, hasta una pequeña laguna con cisnes, sí, con cisnes, aunque no me lo
crean. Lo que no se ve son ñandúes, quedan pocos.
El viaje de regreso era más suave, o bien porque el camino estaba más lisito o
porque ya me había bajado como seis latas de cervezas, lo cual tiene el efecto
de que la camioneta salta menos, el paisaje se hace más misterioso y confuso y
uno no se hace mucho problema por nada.
En la radio sonaba Gilda, la difunta y hermosa bailantera, cantando "Todo eso
fuiste pero perdiste", que al Viejo Fiore (que le gusta el jazz de principio
de siglo y el tango) lo pone muy molesto, sobre todo después de media hora
corrida, pero era imposible pensar en cambiar la radio sin que el cuis
(fanático cuartetero y bailantero) se pusiera a gritar loco de furia.
Con el cuis aprovechamos la oportunidad para corear a voz en cuello las
canciones de la finada Gilda, gritando los coros en la oreja misma de Don
Fiore que a esa altura hubiera preferido volverse caminando.
 Así fuimos atravesando campo, maderas con clavos, tranqueras y bailantas
varias hasta que llegamos al asfalto de la ruta Pirámide - Madryn. Un mundo
distinto, con autos último modelo a 160 km/h, bikinis amarillos tensos y
diminutos, músculos trabajados, lentes negros de carey y auriculares en la
sien como dice García, televisores de 29 pulgadas e Internet por todos lados,
en fin, de vuelta a la normalidad, pero con la tranquilidad de saber que acá
cerquita hay un paraíso de viento, tierra, soledad... armonía, naturaleza,
silencio, paz.
Y que uno puede ir cuando quiera, todavía no te cobran la entrada.


EL BARDO

 

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