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Mensaje 35: Fiebre de sábado por la noche (Segunda Parte)


A medida que el interno verde de la línea Benítez se acerca a la ciudad, lo que de lejos era un resplandor en la noche cerrada patagónica ahora se transforma en un popurrí de luces de mercurio y edificios altos. Difícil imaginar lo que sentirían aquellos viejos colonos galeses o los indios tehuelches de antaño si vieran ahora este sinfín de luces en movimiento de una ciudad que sin llegar a ser una de esas populosas y gigantescas moles del norte, está bastante crecida y con muchos de los atributos y los vicios de aquellas. Pero todavía no organizaron peleas de boxeo entre mujeres, aunque una vez alguien trajo un espectáculo de peleas femeninas en el barro al mejor estilo Las Vegas, pero creo que no le fue muy bien porque después no vino más. Y eso que había traído como árbitro de las peleas al mismísimo William Bu, aquel referee gordo y sin escrúpulos que dirigiera miles de combates de lucha libre en el viejo y queridísimo "Titanes en el ring", que miraba ávido en mi infancia, con luchadores memorables de los que guardo el mejor de mis recuerdos por haberme hecho tan feliz y haberme hecho imaginar tanto tiempo que yo mismo era un gladiador más como ellos, hombres de la talla de La Momia, El Caballero Rojo, El Mercenario Joe, El Ancho Rubén Peucelle y con su gran campeón, el inmortal, el inolvidable, el amado único e irrepetible campeón del mundo de todos los tiempos, don Martín Karadagián.
Volviendo al tema, entramos a la ciudad y el colectivero nos lleva a un tour por los boliches de onda, el pub Margarita, Aalto Alvar, Cucamonga, El Jardín, el boliche gay Ungenio (para los antiguos residentes de Madryn que hace mucho que no vienen, aclaro que ahora acá hay hasta boliches gays) y finalmente me bajo  en la esquina del punto de encuentro: el pub Oveja Negra, lugar especial donde paran algunos personajes raros del lugar, escritores, músicos, dibujantes, en general todas gentes pintorescas a los que difícilmente se los encuentre trabajando.
Entro y de inmediato la veo a ella, allá, en una mesita apenas iluminada por un neón difuso, como una mágica aparición, como un hada salida de un cuento de abuelas con insomnio: era la Laura.
En el pequeño escenario del boliche, se aprestaban Tamarisco y Sus Vecinos para el inminente show musical de esa noche. Pero faltaba un poco para la música, había tiempo para inundar los oídos de la bella pitonisa con mis caricias verbales.
- Qué tal, Laura, cómo le va - La saludo, por ahora no la tuteo porque hace apenas un par de años nada más que la conozco.
- Hola, cómo estás, que alegría que viniste - Ella me tutea porque evidentemente las mujeres son mucho más inteligentes y se dan cuenta enseguida que uno es un pavo.
- Discúlpeme que se me hizo un poco tarde, pero ocurre que el cuis... - Ni bien mencioné esa palabra prohibida me di cuenta del tremendo error que había cometido.
 - ¿Dónde está mi querido cuis, me imagino que lo habrás traído, no? -
- Esteee... en realidad, lo invité a venir pero él prefirió quedarse a ver la pelea de De La Hoya y... -
- ¿Cómo que no vino? A no! Vamos a buscarlo ya mismo! -
Sin dar tiempo a explicaciones, la Laura toma su bolso y sin más trámite sale a la calle, a mí no me queda más remedio que seguirla, intentando convencerla de que nos quedemos, que Tamarisco y sus Vecinos era un espectáculo imperdible, que luego podríamos salir a caminar por la rambla a imaginar las olas en la oscuridad, o tomar un café en la vieja pero renovada confitería del Hotel Playa, pero no, no había caso, la Laura saca del bolso las llaves de su Fiat 147 modelo 88 y prácticamente me obliga a subir con el rodado ya en movimiento.
A toda velocidad nos dirigimos al rancho, no sin escuchar las críticas de la Laura sobre mi mal comportamiento con el cuis por haberlo dejado sólo con la inseguridad que hay de noche en Madryn actualmente (no es para tanto, le digo, aunque hace un tiempo que hay algún que otro asalto de vez en cuando). Como una saeta salimos del pueblo con el 147, ahora que andaba rápido ya que la semana pasada yo mismo le había limpiado las bujías porque el motor estaba en tres cilindros, con lo que me gané unas cuantas milanesas con puré, que si bien no son como las que hace mi mamá, por supuesto, la Laura las prepara con doble pasada por pan rallado y huevo y quedan bastante buenas.
Llegamos al rancho. Bastante contrariado me bajo y por la ventana veo al cuis que nota nuestra presencia, rápidamente esconde el cartón de termidor ya casi vacío debajo de la cama junto con el pochoclo, apaga la televisión que a esta altura de las peleas ya chorreaba sangre por los cuatro costados, se recuesta delicadamente en la cabecera de la cama y toma un libro (al revés) de poemas de Neruda.
De inmediato, luego de cerrar el auto con llave (por las dudas, no como antes que dejábamos todo abierto y no pasaba nada), hace su ingreso mi querida pero ilusa Laura.
Continuará...

EL BARDO

 

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