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Mensaje 32: CARNES PATAGÓNICAS

Desde que le compré el horno metálico al viejo Fritz, alemán inventor, pescador, payador y cazador de guanacos que vive en Madryn desde hace más de 25 años, tengo que reconocer que no hay nadie en varios kilómetros a la redonda que ni por asomo pueda producir unos asados como los míos (dicho esto con toda humildad).
Esta maravilla tecnológica consiste en una estructura rectangular en su base de unos 70 cm de altura por 40cm de ancho y unos 60cm de longitud, con dos puertas en su cara superior para colocar y controlar la perfecta cocción de la carne y una puerta sobre el lateral de frente para el correcto agregado y distribución de las brasas. Además cuenta con un novedoso sistema de poleas, bueno, en realidad es una varilla de hierro con una manivela en su parte exterior que permite enrollar un cable de acero y así poder levantar o bajar la parrilla de acuerdo a la magnitud del fuego en un momento dado.
Acá se usa mucho el chulengo, palabra que además de representar lexicográficamente a la cría del guanaco, también se usa para denominar a unos tambores de 200 litros cortados al medio y empotrados sobre unos pies metálicos usado también con el fin de hacer asado.
Pero nada que ver con mi equipamiento de última generación.
El único defecto que tiene mi horno es que hay que controlarlo bastante, ya que no posee ningún canal para el drenaje de la grasa y la misma, al caer directamente sobre las brasas de carbón, si éstas aún no están del todo rojas provoca unas llamaradas que hacen peligrar la exactitud con que debe llevarse a cabo un buen asadito sin  fuego directo (no como la barbacoa norteamericana) y con la parrilla, en mi caso, a unos 40 cm de las brasas.
El domingo pasado me encontraba, como todos los domingos que no llueve, preparando unas buenas tiras de asado con hueso (de la zona, porque está prohibido el ingreso de carnes con hueso desde Buenos Aires, perdón, el excelentísimo webmaster Sergio Viñas me acota que hace poco que habilitaron de nuevo el ingreso de carne con hueso desde el norte), chorizos con picante, chinchulines y tripa gorda, cuando de repente veo aparecer a la Chola Perdiomo, última ganadora del concurso de remeras mojadas de El Gigante del Golfo.
La susodicha niña, que había sido coronada por unanimidad de los jueces y por el griterío desenfrenado de la monada presente en el Gigante el sábado pasado (que fue registrada en el medidor Richter del Centro Patagónico), dada su prestancia y sutileza mostrada en la danza con la remera translúcida empapada y con la pequeña ayuda de sus medidas (96, 62, 94), venía a saludar a su más ferviente admirador, que no era otro que el cuis, que esa noche volvió afónico, casi mudo de tanto vitorear a la muchacha.
Menos mal, para bien de mis neuronas, que esta vuelta se había acercado al rancho con la remera seca. Ni bien el cuis la escuchó saludarme, salió de inmediato de su modorra mañanera para hacerla pasar a la cocina, a tomar unos mates, dijo.
Desde afuera y mientras seguía con el asado, escuchaba al cuis que usando todo tipo de artilugios oratorios le insistía en que nuevamente le mostrara la danza con la que había sido coronada, a lo que la ninfa no pudo negarse luego de tanto ser solicitada por el bicho que ya estaba más que pesado, insoportable.
En cuanto salió de los labios de la Chola un tibio "Y bueno, pero un poquito nomás" el cuis alcanzó de un salto el grabador, colocó el tema "Sex Machine", viejo y sensual éxito de James Brown de los sesenta, llenó con agua una botella plástica de Coca y así comenzó la provocativa danza bamboleante.
En eso se acerca Don Fiore, quizá atraído por el suave aroma de los chinchulines, pero que pasan a segundo plano ni bien se percata del movimiento de adentro del rancho.
Ahí estaba la Chola en todo su esplendor, empapando la remera y haciendo su inigualable número mientras el cuis trataba de aplaudir rítmicamente al compas de la batería. Enseguida entra también en trance el Viejo Fiore, aplaudiendo al ritmo, sin pifiar ni un beat de cada compás (resabios de un pasado como percusionista y drummer del Sólo Trío de Madryn, allá por los setenta).
Así estaban los dos, completamente obnubilados, petrificados, boquiabiertos, atontados con la Chola.
Terminó la canción, se detuvo la danza, se apagó el grabador, la Chola saludó, dijo que se iba porque estaba un poco apurada, salió del rancho, me dijo "Chau Bardo" a la pasada mientras yo trataba de acomodar un chorizo rebelde en la parrilla y se fue alejando, canturreando algún tema pasatista de onda y sorteando las  jarillas y molles de las bardas.
Una vez domado el embutido parrillero, entro al rancho y veo al cuis y a don Fiore que seguían aplaudiendo al vacío frenéticamente, con los ojos en blanco y la mandíbula inferior abriendo y cerrando sin control.
Así, enajenados, los fuí colocando uno a uno, al cuis en un sillón de caña en el patio y al viejo Fiore en una hamaca paraguaya que les compré el otro día a unos brasileños que las andaban vendiendo por la playa.
Los dos, todavía enajenados, no podían emitir palabra, solamente unas expresiones guturales como de orangután, sin poder dominar aún las manos que seguían aplaudiendo.
Con tranquilidad, conociendo a fondo a estos individuos, fui sacando de las brasas los primeros chinchulines crocantes, los corté en trozos pequeños y les dí a ambos de comer en la boca. Bastaron un par de bocados para que se notara enseguida una reacción positiva en los dos, emocionalmente afectados, que luego se sentaron a la mesa, pidieron algo de beber y de a poco volvieron a la normalidad, mientras iban llegando los costillares.
Es increíble el poder curativo de estos asados patagónicos, más de un incrédulo podrá refutar esta afirmación, hasta negarla abiertamente, pero yo les digo que para combatir todo tipo de engualichamiento, mal de amores, mal de ojos o shocks nerviosos como el relatado, no hay nada mejor que unos buenos chinchulines con tinto.
Lástima que don Sigmund Freud no conoció este milagro de la naturaleza, sino, otra que el yo, el super yo, el ello, el subconsciente, otra que la interpretación de los sueños, la catarsis, la transferencia y la etapa anal: ¡asado y vino para todo el mundo!

Y deseo que pasen una buena Semana Santa.
Hasta la próxima.

EL BARDO

 

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