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Mensaje 31: HISTORIA DE PUERTO MADRYN Y SU ENTORNO PATAGONICO


Tal como fuera prometido, espero que la memoria no me falle y les pueda
relatar lo más fielmente posible esta narración que me confiara el Gran
Cacique Pipagua en una noche calma y estrellada en Puerto Pirámide, a la
luz de una fogata y mientras en la carpa de al lado un grupo de chicas y
muchachos cantaban “La mar estaba serena”, “El Oso”, “Rasguña las piedras”
y otros clásicos de camping.

“ Antes, muchos años antes de que alguno de nosotros viera por primera vez
estas playas, acá las cosas eran distintas.
Primero estaba el mar, lo cual es cierto porque si uno observa con
atención todavía lo puede ver, aunque ahora cambió un poco de color, según
dicen, está más oscuro (puede ser por los derrames de petróleo). Además el
mar antes estaba mucho más arriba que ahora, tapaba gran parte de la
Patagonia (si uno anda con atención en la meseta puede observar restos de
fósiles marinos entre las piedras y los arbustos), hasta que fue bajando,
de a poco.
Después vinieron los dinosaurios, lo cual no me parece nada errado ante
los hallazgos de huesos fósiles, que cada vez aparecen más, algunos a flor
de tierra, como el esqueleto de plesiosaurio que encontró la otra vez don
Vidal en una entrada casi secreta por un cañadón que da al mar, allá en el
Golfo San Matías a unos 80km de Madryn. O también como la gran cantidad de
huesos de variadas formas y tamaños y los gigantes dientes de tiburón que
se pueden ver en el Museo Egidio Feruglio de Trelew. Y todo eso sin contar
las toneladas de huesos que se llevaron varias expediciones paleontológicas
norteamericanas que vinieron con alta tecnología y arrasaron con cuanto
esqueleto aparecía por ahí, hasta paletas de capón se llevaron.
Luego empezaron a aparecer tímidamente las primeras ballenas, los
primitivos elefantes marinos, lobos de un solo pelo o de dos, pingüinos,
guanacos, ñandúes, etc. Estos bichos todavía están, pero en particular los
ñandúes últimamente se andan escondiendo.
Tiempo después, siguiendo la línea cronológica ascendente, no se sabe bien
de qué manera pero la Patagonia se vió poblada por varias tribus indígenas,
desde Tierra del Fuego, donde estaban los llamados onas por el hombre
blanco, hasta Chubut y Río Negro con la tribu nómade tehuelche, los
mapuches, que ocuparon toda la Patagonia, etc. Esto también es creíble
porque hay evidencias claramente objetivas de que la indiada anduvo por
acá, simplemente viendo la cantidad de puntas de flecha, de lanza,
morteros, boleadoras y otros utensilios que juntó el dueño del museo que
está en la Roca, enfrente del club Madryn, o viendo que varias calles se
llaman Sayhueque, Chiquichán, Apeleg, Inacayal, en referencia a esos
legendarios caciques. A esto debemos agregar la gran cantidad de
descendientes mapuches que andan por la Patagonia actualmente,
lamentablemente viviendo en una pobreza extrema y sin la ayuda de aquellos
políticos complacientes que se llenan la boca hablando de los derechos del
aborigen. Y si uno sigue incrédulo, no puede negarse a la principal
evidencia: la estatua del Indio en la curva homónima, (fea la pobre, no
favorece para nada al  aborigen, aunque la otra estatua que está cerca, la
de San Antonio, es más fea todavía).
Más adelante llegaron los galensos, con otros usos y costumbres pero con
el mismo amor a la tierra que los indios, europeos rebeldes de los que se
cuentan algunas pocas historias de pelea con los nativos pero muchísimas
más de amistades.
Y así, entre camarucos y eistedfvods, llegó don Roca y sus milicos a
reventar indios, apoyados por algunos finos hacendados ingleses que
compraron hasta los ventisqueros de Santa Cruz, hasta las cumbres blancas
de la cordillera. Los estancieros gringos hacían collares con las orejas
indígenas, los milicos se mamaban en las pulperías, don Roca organizaba
fiestas danzantes con los ricachones, los galeses seguían en la suya y los
indios se escapaban para cualquier lado.
Mientras en tierra despanzurraban tehuelches y místicos anarquistas
españoles protestones, en el mar, dado el poco éxito que tenía el avistaje
de ballenas entre la indiada y los anarquistas, que ya habían rajado para
la cordillera, y a falta de dinosaurios, algunos barcos primermundistas se
dedicaron a cepillar ballenas hasta más no poder, las arponeaban ahí nomás,
sin asco. Otros también cazaban lobos de mar literalmente a palos. Si no me
creen, vean las fotos que hay en el Museo de Ciencias Naturales de la casa
de Agustín Pujol, hay unos tipos dañinos pegándoles palazos a los animales.
En ese panorama de cambios y movimientos empezaron a llegar los primeros
pobladores estables no galeses ni nativos, inmigrantes europeos bastante
locos o soñadores como para venirse a este vacío en medio de la nada. Como
el Vasco Olazábal, primer poblador fijo de la Península Valdés, que se
instaló en el campo y se puso a criar ovejas. Y muchos (no muchos) venidos
de España e Italia a fundar nuestra ciudad, la misma que hoy es habitada
por sus descendientes y otros infiltrados. Entre ellos don Meisen, que
escribió un magnífico libro sobre “el Madryn olvidado” del que por
desgracia quedan muy pocos ejemplares.
Después vinieron más, se instaló Aluar, la fábrica de aluminio, y
aparecieron familias de todos los puntos del país, vinieron maestras,
médicos, basureros, arquitectos, mecánicos, se asfaltaron las calles,
encontraron los dinosaurios muertos, las puntas de flecha, discutieron en
contra y a favor de Roca, defendieron a los indios, se pelearon por la
ecología, llegaron los turistas, salvaron a las ballenas, pidieron
prestado, cobraron entrada para ver a los lobos marinos sobrevivientes,
prohibieron la entrada a la Isla de los Pájaros para que no pisaran huevos,
bailaron en los boliches nuevos de lujo, instalaron una cantidad de bancos
que nadie sabía para qué pero ahí estaban, con contestadores automáticos y
alarmas digitales, alguno que otro pagó los préstamos, hasta llegar al
momento actual de la evolución, en el que nos encontramos con esto. ”

Nota sobre el narrador:
El malogrado Cacique Pipagua, hoy sufriendo los males del destierro
(voluntario) en Trenchtown, Jamaica, fue un adelantado de su época. Luego
de que tuviera la osadía de animarse a cantar “No woman no cry” durante un
camaruco (fiesta anual mapuche**) se dedicó a vagar por la cordillera,
meditando y vendiendo artesanías. Allí contrajo el vicio de fumar corteza
de piquillín sin macerar. Después de dos años de peregrinación por las
verdes montañas del oeste, vino a dar a Madryn donde se hizo los dreadlocks
en la peluquería de Arturo, se puso un aro en las fosas nasales y se compró
una remera con la cara de Marley.
Consiguió un puesto en la feria artesanal de la Roca, para vender
sahumerios de gran poder aromatizante.
Finalmente, cansado de bregar por sus ideales cercanos al viejo
flower-power de los sesenta y con los dreadlocks resecos por el aire de
mar, el mapuche rastamán partió con la cabeza gacha hacia Jamaica y nunca
más se supo de él.
Si de casualidad me estás escuchando, querido Pipagua, quiero decirte que
acá siempre te estaremos esperando, y devolveme el compact de Los Pericos
que te presté el año pasado.

** Hablando de camarucos, esta tradicional fiesta tribal que se realiza
cada año tiene un hondo contenido religioso, se realizan cánticos y
súplicas para pedirle a Dios que provea alimentos y traiga la lluvia, que
por estos pagos casi siempre se niega. Tristemente, solo Dios se apiada de
estos aborígenes, tanto los rurales como los de ciudad. Los del campo viven
en su mayoría en condiciones infrahumanas, ocupando tierras privadas o bien
donadas por el estado, tierras que generalmente son secas y yermas. Los de
la ciudad viven en barrios periféricos, trabajando en changas y cobrando
una miseria. Esta es la realidad de los indios de hoy, tantas veces
mencionados altivamente, con una falsa deferencia, con un respeto fingido
por las personalidades públicas de turno pero que a la hora de ayudar se
borran olímpicamente, si igual son unos poquísimos votos.

EL BARDO

 

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