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Mensaje 29: Caminata de marzo y viaje de Carolo (Primera Parte)


(La historia del indio Pipagua, que en este momento está extraviada temporariamente, será presentada en el mensaje 31. Lo que ocurre es que necesito contactarme con el aborigen rastaman para que me ceda los derechos. El mensaje actual y el 30 narrarán una breve introducción al mes de marzo y el viaje realizado por el aventurero Carolo en su 4X4 a El Calafate, viaje hermosamente narrado por él mismo, por favor no se lo pierdan).

Los meses de marzo y abril siempre me resultaron un poco, cómo decirlo, un poco hermosamente raros. La inminente invasión otoñal deja todavía paso a un sol difuso que aún calienta las calles, pero no tanto como para ablandar la brea. Comienzan a salir de sus guaridas los primeros pullóveres, las primeras camperas con olor a naftalina. Las veredas se pueblan de delantales blancos y alegres griteríos agudos y risas estruendosas, hay un movimiento distinto en la calle, quizá menor o igual al que se ve en verano, con tantos turistas inquietos y tanta gente apurada por llegar a la playa, ahora también hay acción pero, no sé, distinta. Más valijas marrones, menos micros de turistas parados en doble fila en la Roca.
Las risas de los escolares se mezclan con los chasquidos de las hojas secas, los gorriones, las bocinas y el golpe metálico de una lata abollada de Coca, que es pateada por un pibe que se la pasa a otro con un certero toque, dejándosela servida un metro adelante.
El aire en marzo tiene otro olor, el sol otro color. En estas épocas siempre me sigue una tristeza de saber que inevitablemente se viene el frío, que ahora nos toca a los de este lado del mundo abrigarnos, pero igual dan ganas de salir a caminar con este clima benigno. Ya deben estar por llegar las ballenas, dicen, o faltarán un par de meses, no importa, este año me agarra nuevamente sin haberme podido comprar el lanchón para avistaje.
Salgo a caminar con el cuis, para respirar la frescura de la mañana y de paso para que haga un poco de gimnasia este pobre animalito de Dios que se viene acostando todas las noches a las 4 de la mañana y rechupado, pero el cuis a las dos cuadras ya me pide upa. Parece mentira, cuis grande ya, que ande mariconeando de esa manera.
No sé todavía si marzo me pone triste, nostálgico, amargado, o qué. Lo cierto es que para no entrar en una discusión sin sentido, alzo al cuis y sigo adelante. La playa se va poniendo gris, las hojas se van cayendo, vuela la tierrita en la calle Rawson, ancha y pedregosa, que hace tres meses que están tratando infructuosamente de convertirla en boulevard. A pesar de la niebla de polvo se puede respirar el aire de mar unos pocos metros para allá.
Pasamos por el Teatro del Muelle, ámbito donde los artistas locales se explayan a sus anchas durante el verano y algunas veces también en "temporada baja", aunque para muchos de nuestros valores, algunos de excelente jerarquía, casi siempre es temporada baja. El Teatro del Muelle, lugar de tantos éxitos y fracasos, donde muchos patagónicos teatreros y musiqueros probaron el éxtasis del triunfo y la agonía de la derrota, con su interior negro, su pequeño escenario enclenque y sus sillas plegadizas son el horizonte inmediato de todos los madrynenses que sueñan con que algún día los aplauda alguien distinto de la madre. No como el Auditorio de la Sociedad Italiana, que oficia de cine casi siempre pero que a veces alberga espectáculos traídos de los Buenos Aires, con butacas mullidas, buenos decorados y capacidad para 400 personas, eso es otra cosa.
Siguiendo la caminata, avanzamos un poco más hasta por fin llegar a la Roca, asfaltada y con rotonda, menos mal porque el cuis ya estaba estornudando con la tierra. Son las 9.30 de la mañana y el día promete ser benigno. Pero es marzo, y una mezcla de amarga alegría y triste melancolía me atrapa siempre en marzo, ni hablar si además es domingo. Menos mal que hoy es lunes.
Llegando a la 28 de Julio (calle nombrada así en homenaje a la llegada de los galeses, el 28 de julio de 1865) veo tras el vidrio recién lavado de la confitería de el Hotel Playa a Carolo, leyendo el diario y sentado frente a un humeante submarino, sabiamente rodeado de media docena medialunas.
No me vió llegar, pero no necesito que me invite para entrar y abordar su mesa...

(La próxima semana Carolo cuenta completo su viaje)

Continuará...

EL BARDO

 

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