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Mensaje 19 - Informe navideño
A
continuación y sin preámbulos, paso a relatar los hechos
acontecidos en el
rancho de El Viejo Fiore, recinto donde desarrollamos la
mayor parte del
festejo navideño.
Ya desde temprano había
sido advertido el cuis de que mantuviera un adecuado
comportamiento dada la
situación y que además estábamos en casa ajena, por
lo
que se le solicitó que no bebiera demasiado.
- Por qué me
dice eso, acaso alguna vez lo hice quedar mal? – El cuis se
me
había ofendido un poco por mis agudas palabras.
- No, Don Cuis,
no se me enoje, pero trate de controlar la bebida.
Así llegamos al
rancho del Viejo Fiore y nos reunimos todos alrededor de la
mesita del
comedor, llena de ensaladas y pronta a recibir el cordero que se
asaba afuera
a fuego lento. Estaba la aguantadora mujer del viejo, el Negro
Peralta (de
quien hablaré en otra ocasión) la Laura (una bella maestra de
la
zona que, modestia aparte, hace tiempo que anda atrás mío),
el cuis y otros
parientes y amigos que sería tedioso
enumerar.
Sorpresivamente, el cuis estaba hecho todo un señorito,
sentado a la mesa,
serio, respetuoso y apenas probando algún que otro
bocado.
- Quiere un vasito de vino, Cuis?
- No gracias, Don Fiore,
quizá beba luego.
¡ Recórcholis! Mis oídos no
podían creer lo que escuchaban. El cuis se estaba
comportando como
para taparme la boca después de todo lo que le había dicho
por
la tarde. La delicadeza, la finura, la educación le salían por
todos los
poros al cuis esa noche. Lo único raro en su comportamiento
era que mientras
estábamos cenando, previa solicitud de permiso, se
levantaba de la mesa e iba
cada 5 minutos quién sabe dónde. Al
quinto permiso le pregunto:
- Se puede saber, si es usted tan amable, a
dónde es que va a cada ratito, don
Cuis?
- Afuera, a ver si viene
Papá Noel. – contesta lo más orondo el bicho.
-
Perdonemé, pero todos sabemos que Papá Noel llega siempre
después de las 12,
y ahora son apenas las 11 PM.
- Igual voy, por
las dudas que llegue temprano, vió?
Así prosiguó la
cena, entre charlas alegres y risas, hasta que en una de las
salidas del cuis
se escucha un ruido como de algo duro que pega contra las
chapas del rancho.
Preocupados, salimos al exterior a ver qué pasaba y grande
fue la
sorpresa cuando lo vemos al animalito tendido en toda su extensión
en
el suelo, desmayado, patas para arriba y con una damajuana vacía de
Roble
Viejo blanco a su lado. Duro estaba. De inmediato la Laura y Don Fiore
lo
alzaron y lo lavaron un poco para reanimarlo. Luego de las abluciones (ya
que
estamos en Navidad, hablemos en términos bíblicos), el cuis
fue depositado en
un improvisado catre en el galponcito del fondo del rancho
para que durmiera
hasta el día siguiente. Todavía no sé
cómo hizo para traerse la damajuana a
escondidas.
Sin poder ocultar
la vergüenza por el comportamiento lamentable del
bicharraco
éste, pero con el espíritu navideño
aún en alto, llegaron las doce. Y entre
besos, abrazos, brindis y
buenos augurios, salimos al calor de la noche a ver
como todo Madryn se
cubría de luces y fuegos coloridos. Miles y miles de
explosiones de
luz adornaban todo el cielo madrynense. Hasta los barcos
echaban
chispas.
En eso, vemos acercarse, blanco como un fantasma, con los ojos fuera
de
órbitas y con la mandíbula inferior cerrando y abriendo
descontroladamente, al
cuis que balbucea:
- Se, se, se,... armó la
guerra nomás.
Con un susto padre corrió a abrazarse de la Laura
que es la única que lo
consiente y que a su vez le dice:
- Pero no,
solamente son cañitas voladoras.
El cuis no escuchaba el consuelo y
estaba convencido que era la guerra, más
aun con cinco litros de
blanco encima.
De pronto, en medio de la confusión bélica del
bicho poeta y los petardos y
cañitas, sale de adentro del rancho la
esposa del Viejo Fiore:
- Muchachos, llegó Papá
Noel!
Olvidando la guerra y el vino, el cuis se mete como un rayo adentro y
da un
grito de alegría cuando ve un paquete con su nombre y con la
conocida forma
del envase de la ginebra Bols.
A mì me trajo un
cinturón que me viene bárbaro como reemplazo de la soga de
red
de pesca que venía usando hasta el momento.
Así pasó la
noche, entre brindis, charlas a oscuras con la Laura que por
supuesto no les
voy a contar y el cuis acariciando su regalo por fuera y por
dentro, porque
enseguida lo estrenó.
Al día siguiente, lo veo al animal
tendido en la cama y no intento
despertarlo. Luego del vino y media Bols en
el buche, no lo levanta ni la
Filarmónica de Londres.
Así
que a eso de las diez de la mañana me voy a sentar en las bardas,
frente
al mar, solo, a contemplar toda esta magia y a pensar un poco en
aquél que nos
la regaló y así, a su salud, festejar con
los ojos perdidos en el horizonte,
darle gracias y recordar este nuevo
aniversario de su nacimiento.
EL BARDO
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