CAMPEONES DEL WIND SURF (PRIMERA PARTE)

Entre los múltiples deportes acuáticos que se pueden practicar en nuestras
playas, uno de los que más me gusta mirar es el wind-surf. Lo que pasa es
que el otro que me gusta, el buceo, es difícil de mirar desde afuera del
agua. Desde las bardas veo a esos hombres y mujeres atléticas agitar las
velas de múltiples colores mientras hacen acrobacias en las olas.

Tengo el orgullo de poder decir que nuestra ciudad es cuna de grandes
campeones de este moderno deporte.

Cuando hay competencia, los participantes se ven de lejos como una de esas
tiras de luces de colores que se usaban en los bailes de carnaval de los
clubes de barrio, o en aquellos viejos bailes callejeros en cualquier
suburbio de Buenos Aires.

Los rayos de sol rebotan contra las telas sintéticas, reforzadas y
brillantes y se confunden con el brillo de las olas. En el golfo las olas no
son nunca muy grandes, no como las que se ven por ejemplo en Playa Unión,
que es mar abierto, o Mar del Plata. Madryn es un lugar ideal para
wind-surfear. Sobre todo para aprender a mantener el equilibrio en la tabla,
cosa nada fácil en mares bravos pero más accesible en nuestro golfo.

Un amigo mío, gran deportista y fanático del wind-surf entre otras cosas, me
convenció para venderme una tabla con una vela espectacular de unos seis
metros de largo color verde claro fluorescente. Como él se estaba por ir a
vivir a Pico Truncado, y allí se hace un poco difícil hacer wind-surf ya que
el mar está como a 200km, me dejaba la tabla y después yo se la tenía que
pagar como pudiera y si no podía no había demasiados problemas.

La operación incluía una clase gratis a cargo de él mismo.

La forma de pago me pareció excelente y juro que me comprometo a cumplir
algún día con la primer entrega.

Una vez concretado el negocio, nos fuimos a la playa en una tarde bastante
calurosa a practicar un poco. Este muchacho macanudo me prestó también el
traje de neoprene sin el cual es imposible practicar wind-surf sin al menos
enfriarse un poco, sobre todo para un novato, que tiene que subir y caer de
la tabla varias veces antes de que le salga algo coherente, y cada
zambullida es internarse con el cuerpo tibio en un agua que esa tarde estaba
demasiado fría.

Después de aproximadamente media hora para calzarme el traje, me interno con
la tabla en el agua mientras mi amigo me va dando instrucciones.

- Agarrate de la soga que sostiene la vela y subite a la tabla.

La vela está recostada en la superficie del mar, a 90 grados con respecto a
la tabla. Tomo la soga y apoyo el pie derecho en la tabla. Hago un poco de
fuerza para subir, pero me excedo en el empuje y caigo al agua del otro
lado, caída poco convencional que llama la atención a unos pibes que estaban
jugando a la pelota cerca de allí.

- Probá de nuevo.

Esta vez tengo más cuidado. Subo despacio y cuando voy a apoyar el otro pie
pierdo el equilibrio, patino y caigo, digamos de cola, golpeando más fuerte
el agua.

Esto genera una inusitada curiosidad en los pibes que inmediatamente
suspenden el partido para ver el espectáculo de saltos ornamentales
atípicos.

- Probá de nuevo.

Otra vez este castigo. Miro alrededor y veo un montón de ojitos y sonrisas
que se agolpan en la playa y esperan el nuevo movimiento. Subo a la tabla
tres o cuatro veces más para caer indefectiblemente sin siquiera poder
levantar la vela un poco del agua. Pero los últimos zambullones son más
artísticos. Ya preparado y con algo de experiencia me anticipo a la caída
saltando de la tabla ágilmente cada vez que presiento que pierdo el
equilibrio.

Mi amigo insiste en que siga probando. Cada intento es acompañado con
aplausos y un "Oleee" de la multitud en la playa. Hasta un par de lobos
marinos que pasaban por ahí se quedaron a mirar.

Continuará...

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