Mensaje 6 - Salvataje de ballenas (Primera Parte)
Esta historia es un hecho real, acontecido allá por 1997, que narra una aventura apasionante en la que participaron muchísimos madrynenses, héroes anónimos que contribuyeron de corazón en el salvataje de una ballena.
Un sábado frío de invierno, como a las siete de la mañana, prendo la radio, una a pilas que tengo desde hace mucho y que no sintoniza demasiado bien. Pero entre ruidos de interferencias varias y voces radiales en idiomas raros que en estos lugares se captan siempre y se entremezclan con las voces de nuestros locutores, escucho un mensaje que era más o menos así:
"Se necesita la colaboración de todas aquellas personas que puedan hacer un aporte para salvar un ballenato que está encallado en las playas de la cantera más allá del Doradillo".
El Doradillo es una playa grandísima que está a unos 15 km de Madryn, para el lado de Pirámide. Es muy concurrida en verano, a pesar de que hay que atravesar un camino de pedregullo un poco sinuoso y desparejo, aunque que de vez en cuando le pasan una máquina para alisarlo.
Este camino recorre, saliendo de Madryn hacia el norte, toda la zona costera, por encima de las bardas e imitando las curvas de la costa. Antes de llegar al Doradillo hay otro lugar de ensueño, el Bajo Manara, que en otra entrega se los voy a describir con lujo de detalles.
Cuando escuché lo de la ballena atrapada en la costa me atrapó un estado de preocupación e impotencia. Cómo llegar allí rápidamente, me era imposible con mi medio de transporte habitual, una bicicleta con 18 cambios bien petitera pero que con sus ruedas finitas se traba a cada rato entre las piedras.
Sin saber qué hacer, salgo a la puerta y por suerte se acerca Carolo con su 4X4 a todo vapor y clava los frenos con habilidad tres metros antes de incrustarse en mi querido rancho y dejarlo inhabitable.
- Vamos Bardo, apurate!
Me meto en el rancho y cargo una frazada vieja para ver si con eso puedo ayudar en algo.
Salto a la 4X4 que venía preparada con baldes, frazadas y un cassette de Memphis que sonaba bastante fuerte y contundente. Pero Carolo está preocupado. Apaga el pasacassette y mira para adelante sin sacar la vista de la ruta. Volamos para El Doradillo.
Llegamos a la costa y antes de bajar ya vemos que a unos 150 metros del agua hay unas 20 o 30 personas que se movilizan alrededor de un ballenato moribundo.
La gente, ciudadanos comunes mezclados con miembros de la Fundación Patagonia Natural y estudiantes de Biología Marina (modestia aparte, en Madryn tenemos la única facultad del país que
dicta esta carrera), transportaba a los tumbos baldes de agua de la orilla y los vertía sobre el animal, que todavía respiraba aunque con mucha dificultad.
Le llovían baldazos de agua helada mientras otros, munidos de palas y otros enseres, cavaban un pozo debajo de la panza del ballenato para que pudiera respirar un poco mejor, ya que apoyado sobre una superficie lisa se le dificultaba el movimiento pulmonar.
Con Carolo nos unimos al grupo de rescate aportando más baldes de agua.
En el mar, muy cerquita de la costa, se movía nerviosamente otra ballena, la madre de la víctima, claramente la veíamos dando coletazos y largando agua hacia arriba como un iceberg.
La desesperación de la madre nos preocupaba aún más, los estudiantes de biología le tomaban continuamente la temperatura corporal y las pulsaciones, que de a poco iban mermando. El pobre ballenato agonizaba.
Cada vez era más la gente solidaria que se acercaba a la playa, pero era imposible mover semejante mole de unos siete metros de largo y varias toneladas de peso para tratar de acercarlo al agua. La marea estaba subiendo, pero muy lentamente, era casi el mediodía y no había forma de salvarlo.
La madre, tan cerca que también corría el serio riesgo de quedar atrapada en la playa, soltaba lágrimas saladas como chorros violentos hacia el cielo.
El frío y la conocida brisa del mar, que por sí misma es congelante y ni hablar si uno está con la ropa mojada, soplaba más fuerte.
Pero nadie se movía del lugar, había que salvar al cachorro como fuera. Sin embargo, el fin parecía inevitable.
Continuará...
EL BARDO