EL VIENTO
Esto de caminar contra el viento
y mantenerse oblicuo
tiene su lado bueno: afirma los pasos.
El caminante, de campera inflada,
entibia los músculos y tensa la cara
para vencer el soplido continuo
que paraliza a las gaviotas
a pocos metros del suelo
como si Dios las tuviera colgada de hilitos
para adornar al puerto.
El viento también arranca árboles
esos que plantaron de raíces cortas
pero no detienen al que camina
aunque cada paso cueste mucho.
El viento, en su larga vida, hace cosas:
riega tierra en los muebles recién lustrados,
pone a trabajar molinos solitarios,
voltea grúas desprevenidas en el puerto,
empuja veleros en el agua,
despeina hijos antes de las fiestas.
La vida, en su corto viento, también hace cosas:
empuja, voltea y despeina
al que se queda quieto
que al no caminar hacia el paraje
donde el viento se detiene
se lo lleva por delante.
A cada paso, en la vida
puede responder el viento en contra
que inmoviliza a los zapatos en el aire
y te hace pensar en la vuelta.
Como la vida, que puede hacer estrellar
contra la escollera del puerto
a la gaviota antes suspendida.
Podría quizá elegir detenerme
bajo un refugio improvisado
y así evitar que el viento
quiera tirarme al suelo.
Y de paso, ver pasar la vida
viendo como aplasta a los otros
que pretenden seguir caminando.
En cambio, prefiero el destino
de tambalear en medio de la meseta
o de inclinarme contra la orilla del mar
filtrando arena con los labios
para mientras, poder ver la belleza
de las gaviotas estáticas en el cielo
de los veleros construyendo olas
de los hijos despeinados en las fiestas
hasta parar, finalmente
en una cueva debajo de las bardas
donde las ráfagas fuertes no lleguen.
Y entonces, con el rostro curtido y opaco,
en medio de la arcilla muda,
me voy a sentar a descansar por única vez,
mientras espero, tranquilo,
a que la última brisa me abandone.
CARLOS ALBERTO NACHER