PARA ALIMENTAR AL CORAZÓN
El barrio está quieto esta
noche.
Mucho silencio, poca luz
olor a plantas regadas.
La esquina,
como boca de mujer
con veredas y labios despintados, se ablanda a cada
paso.
El mundo entero puede resumirse
en el corazón desolado de un
suburbio (o en la orilla del mar).
También en momentos como éste
que está
todo quieto
como si el tiempo no lo tocara
creo que la vida comienza y
termina
en los ojos cerrados de un chico durmiendo,
en la pelota herida de
tantos rebotes gloriosos
y golazos que rompieron las plantas del
fondo.
Puedo pensar en recordar cosas
insistir en buscar
semejanzas
para poder alimentar al corazón
que le gustan los banquetes de
nostalgia
cuando hace calor y es de noche
y los niños ya se
durmieron.
Pero para qué intentar parecidos
si el asfalto es el mismo, el
barrio es igual
hasta el agua de la zanja sigue estancada
y el chico
durmiente es el mismo
a aquel que soñaba con hacer goles en la plaza
con
llenar el álbum de figuritas
con recuerdos del pasado reciente.
O igual a
aquel otro que hace muchos años
no se dormía con la tele prendida
ni
domesticaba a la Pc,
aquel que pateaba la pelota de trapo
en tardes de
radionovela y calles de barro.
La pelota es la misma también,
se viste con
trapos, con goma o con cuero
pero sigue su derrotero inquebrantable
de
meter goles y romper plantas.
Las pelotas de fútbol y los chicos
siempre
se mantienen jóvenes,
porque tienen un corazón bien alimentado
que saben
que son nada más que un pequeño paso
que un dios eterno quiere dar en
ellos.
Por eso es que los goles, los sueños, los barrios,
los mares y las
noches,
no envejecen.
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