QUERIDA:
Hoy me desperté y una imagen en mi mente me deslumbró en su torbellino.
Entre la bruma de mis ideas alocadas, mis responsabilidades cotidianas y esa resaca, esa vieja resaca que me sacude siempre a la mañana, se descubrío un color, un olor, sólo un rostro, el tuyo, querida amiga y mis cinco sentidos palpitaron al unísono un nombre casi sagrado.
Por la ventana de mi pequeña recámara el mar me regalaba fragancias intangibles, como presagios de un recuerdo que se aproximaba y terminó por llenar toda la habitación, y ahí te escuché hablándome, con tu voz cálida, con tu alegría sincera y simple como la gaviota que ve a lo lejos un cardumen, como aquella barca que quiere ser abrazada por las olas, y me di cuenta que quisiera ser el mar y tú la barca, y tener brazos fuertes y seguros para poder acariciarte, arrullarte, llevarte a puertos imaginarios hasta que, tranquila y adormecida por mi marea, pudiera susurrarte sutilmente palabras de amor, con la esperanza de que tú, nave dormida y a la deriva, entre sueños me escucharas.