PERDÓN ALICIA (Agosto, 1979)
Contando yo con 18 años, comenzamos con Walter y Osvaldo a frecuentar Pigalle, un boliche
bailable de La Recoleta que estaba muy de moda en esos tiempos. La entrada era carísima y además
era muy difícil el ingreso, sobre todo para unos muchachos de bajos recursos como nosotros, pero
como el portero era el negro Gustavo (un argentino negro mota, altísimo y simpático que conocíamos
desde un tiempo atrás) entrábamos casi siempre gratis y sin ningún inconveniente de uso del derecho
de admisión por parte de los propietarios.
Claro que después la cosa adentro se ponía difícil con las chicas, todas eran muy chetas y
prácticamente no nos pasaban ni un gramo de bola sobre todo a Walter y a mí. Por su parte, Osvaldo
se las rebuscaba siempre de alguna manera para levantar algo.
Walter y yo, dos ratas de Caseros, nos contentábamos con sentirnos importantes nada más
que por estar ahí adentro, en el centro del jet set porteño y así, al menos, darnos aires de importancia.
Pigalle era un boliche raro para la época, se juntaban muchachos de nuestra edad con otros señores
mucho mayores, algunos artistas en decadencia y futbolistas de segundo nivel. Las minas casi siempre
bailaban solas, a veces con los jovatos, pero nosotros igual tentábamos suerte de vez en cuando.
Un Domingo a la noche, como a las tres de la mañana veo entre las luces de la pista de baile
circular a una morocha que a esa hora y con dos whiskys encima era una belleza.
- Walter, mirá como encaro a la morocha esa.
En la pista sonaba Michael Jackson o algún otro hit norteamericano del momento, nunca una
canción en castellano y menos argentina, esa música groncha estaba relegada a clubes de barrio o
boliches de muy bajo nivel. Acá todo era yanqui. Me acerco a la chica, casi como última esperanza
de lograr algún teléfono esa noche, en poco tiempo más me esperaba la terminal de Retiro y
enseguida el tedioso Laboratorio de la ENET. Íbamos bastante seguido a Pigalle o a otros lugares
nocturnos, y durante algún tiempo con Walter y Osvaldo teníamos la costumbre de salir los lunes,
martes o cualquier día de la semana. Cuando íbamos a Pigalle en la semana, como al día siguiente
tenía que entrar a la escuela a las 8.00 hs en punto, salía del boliche a eso de las cinco y media o seis
y me iba a esperar en Retiro el primer tren que fuera hasta Devoto, y desde allí a la escuela en el 109.
Entonces me sentaba siempre en el mismo bar al paso y me tomaba un café con leche. Muy
frecuentemente se encontraba allí un viejito arrugadísimo de unos setenta años que a esa hora, las seis
de la mañana, se bajaba hasta siete ginebras al hilo. Después me subía al tren, que llegaba a Devoto
a las siete menos cuarto y ahí me tiraba a dormir en un banco del andén una horita, hasta las ocho
menos cuarto, momento en que encaraba para la escuela como un autómata.
Esa noche, la cosa se iba a poner mejor. Saco a bailar a la morocha, me cuenta que se llama
Alicia y que vive en La Boca, charlamos un rato más pero se hacen las cinco de la mañana y me tengo
que ir, así que le pido el teléfono, le doy un besito en la mejilla casi rozando los labios y cuando me
estoy yendo me pide que la acompañe hasta la parada del bondi. La agarro del brazo y mientras estoy
saliendo paso cerca de Walter y Osvaldo, me arrimo un poco y saludo.
- Chau gilazos, sigan con lo suyo.
En la parada nos despedimos con otro beso ingenuo, con la promesa del llamado telefónico.
Se acabó la joda, al adormilante laboratorio escolar.
Dos o tres días después la llamo, me atiende la mamá y de mala gana acerca a Alicia al
teléfono. Quedamos en vernos en el Jardín Botánico o algún lugar de Palermo que no me acuerdo.
Difícil ir a buscarla, ya que de La Boca a mi casa había como una hora y media de colectivo, o más.
Cuando nos encontramos en Palermo, la pude ver más de cerca y más sobrio, no era tan linda
como me había parecido, además no me gustaba mucho, pero bué, perdido por perdido, le dí para
adelante. Así que nos sentamos en un banco de una plaza y después de una charla trivial se produjo
lo que se venía anunciando desde hacía tiempo: la besé apasionadamente y así quedamos por un rato
bastante largo. Después de un tiempo chapando me dice que tiene que irse a la casa. Yo, todo un
caballero, me ofrezco a acompañarla, así que tomamos un desconocido colectivo y llegamos a la calle
Olavarría, en La Boca, la misma que la de la milonga. Con mi cerebro volador y soñador ya me
parecía que estaba viviendo la letra de la canción, pero en el fondo Alicia no me gustaba mucho, no
era muy linda que digamos. Pero bué, seguí dándole para adelante. Le dejé mi teléfono y al otro día
me llamó ella, como para asegurarse que lo de ayer no había sido sólo un encuentro aislado.
A los dos días nos encontramos de nuevo, justo cuando iba a salir de casa me viene a buscar
Walter. Cuando le digo adónde iba me hace la pregunta de rigor.
- Te la volteaste, Beto?
- No.
- No ves que sos siempre el mismo boludo, y para qué vas ahora gil?
Por supuesto que Walter, el rey de la practicidad, no podía perderse dos días en la misma
mujer si hasta el momento no había pasado nada. Pero yo era un poco más quedado y romántico, así
que me tomé el 53 que me dejaba a dos cuadras de la casa y fui a buscarla.
Comenzamos a salir bastante frecuentemente, a pesar de la jodida distancia y las incontables
avenidas y semáforos que nos separaban. Para mejor a veces íbamos a un boliche de Lanús, más lejos
todavía de mi casa. Esos sábados llegaba a casa a las 8 o 9 de la mañana, después de dos horas y
media de incesante colectivo. Las frecuentes salidas habían generado en Alicia una sensación de
haberme atrapado, insistía con que fuéramos a su casa para presentarme a la mamá, por supuesto que
jamás accedí. En el fondo me gustaba un poco, era muy simpática y reflejaba una especie de
romántica sensibilidad. Pero la verdad, mucho no me gustaba. Para qué, entonces, seguir adelante?.
No sé.
Pero en ella seguía creciendo una ilusión y yo no hacía nada por desvanecerla, simplemente
me limitaba a salir y seguir fingiendo un amor inexistente. En ese interín, que duró unos tres meses,
Osvaldo seguía ganado muchachas a paladas, Walter mientras tanto sumergido en su delirio de sexo,
droga y rock and roll y yo, a buscar a Alicia.
Recuerdo un domingo a la tarde en que caminábamos abrazados cerca de su casa y se escuchó
un estallido cercano e infernal: gol de Boca, y otra noche en que caminando por la zona de las
cantinas saltó frente a nosotros una rata gigantesca y pardísima. Alicia al verla me abrazó fuerte, pero
no era para tanto, la rata desapareció en un instante. Y así andábamos por la calle Caminito, la Vuelta
de Rocha, las vías del tren, San Telmo. No era un noviazgo: era un tango.
Pasaban los días y ya me estaba cansando un poco ir hasta La Boca a cada rato, ella insistía
en venir a buscarme a mi casa, pero yo no quería. Además miraba con envidia a Osvaldo y a Walter
que en un estado de total libertad y desparpajo seguían yendo a los boliches, cambiando de novia cada
dos horas y disfrutando de la soltura que da hacer lo que uno quiera. Encima me cargaban.
- Que hacés, novio, cuándo te casás?
Así que una tarde arreglamos encontrarnos en Flores, a mitad de camino de las dos casas. Con
mucha seriedad le doy un sorpresivo beso en la mejilla, nada más, y la llevo a un pub a tomar algo.
Nos sentamos y ante el estupor de ella, sin ninguna señal anticipada ni motivo aparente que generara
tal decisión, le digo: "Mirá Alicia, yo no quiero salir más con vos". La morocha se quedó muda, al
rato me pidió delicadamente alguna explicación ante semejante decisión que no entendía. Me habló
como un adulto, me dijo que no le parecía correcto generar expectativas si yo ya sabía de antemano
que esto no iba a terminar en nada. No quise darme cuenta, pero sabía que me estaba dando una
lección de madurez, de la que yo por supuesto carecía. De todas maneras no acepté ningún tipo de
condicionamientos y corté la charla ahí nomás. Con aires de ganador, como Osvaldo, me despedí y
le pedí que no me llamara nunca más. Alicia quedó muy mal, me parece, pero sé que rápido se dió
cuenta que se había equivocado conmigo: todavía era un chiquilín.
Con una sensación extraña, entre alivio y un raro sentimiento de culpa, volví a mi casa,
encontré a Walter y nos fuimos al pool de la Mitre. Pero por unos días me siguió ese dolor en la boca
del estómago, y eso que la vida no era tan fea para mí, al contrario.
Nunca más volví a verla, no sé que habrá sido de ella, pero en el fondo sé que si tomamos a
este amor como una competencia, ella ganó. Por lo menos me enseñó a ser un poco más grande y a
darme cuenta que mujeres como ella merecen mucho más que una ilusión, mucho más que el
desengaño de un falso ganador.
Por eso que ahora, después de tanto tiempo y a la distancia, te pido perdón, Alicia.