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Mensaje 22: CLARITA, LA ORCA

Estimados suscriptores:
Mis disculpas a todos aquellos que me han escrito y aún no respondí, prometo
hacerlo a la brevedad. Y muchísimas gracias por escribir.

Ahora sí:

Para que no se ponga fastidioso, le doy la palabra al excelentísimo Don Viejo
Fiore, referente importantísimo de estas pampas patagónicas (pero medio
mentiroso):

Me desperté a las diez y media, con mucha modorra.
Cuando estoy por dejar el catre de dos plazas, entra a la pieza la Genova con
la pava, el mate y una fuente rebosante de tortas fritas. Recién entonces
reconozco el olorcito de la fritura y comienzo a recordar, como a las seis de
la mañana me despertó mi amada RamoGenova acurrucándose a mi lado y
mimoseándome. Y ahora estos mates con las increíblemente ricas tortas fritas,
receta entrerriana.
Cuando terminamos de matear digo que me voy a dar una vueltita y pregunto a
qué hora vuelvo para ayudarla con la comida. Pero no, me dice, andá nomás, no
hay apuro y a la hora que sea vas a tener la comida lista. Andá a distraerte
un poco, que para eso sos el hombre de la casa y bastante hacés todos los
días. Además hoy es domingo y seguro que tus amigos te esperan con un
vermucito.
Un tesoro mi mujer.
Antes de ir para el club (el boliche, bah) me fui para la playa y caminaba por
la barda a la orilla del mar cuando escucho que me llaman.
"Fiore! Viejo!". Esos gritos venían del mar. Miro para allá y a quién veo a
los saltos para llamar mi atención: a Clarita, la orca albina. ¿Qué, nunca la
vieron? ¿no la conocen?
Clarita es una orca casi blanca que suele visitarme en distintas épocas del
año y si es un día soleado mejor.
Y este día es un domingo de setiembre soleado y sin viento. Bajo por el
acantilado y me acerco a la orilla haciéndole señas a Clarita para que se
acerque. Me saco las alpargatas, me arremango las batarasas y me meto en el
agua hasta las rodillas.
Clarita se acerca veloz cortando el agua con su aleta dorsal. Cuando está a mi
lado se refriega contra mis piernas diciendo "hola viejo, cuánto hace que no
nos vemos, te extrañaba. Me estaba haciendo falta charlar con alguien y me
vine para acá. Vos siempre me entendés, atendés y sabés escuchar mis cuitas".
Todo esto me lo dijo de un tirón sin darme tiempo siquiera a decirle hola!.
Cuando dejó de hablar y pude meter un bocadito le dije: "qué hacés,
carapálida, meses sin verte", mientras le acariciaba la cabeza. Dió dos o tres
vueltas veloces a mi alrededor levantando olas que me mojaron las bombachas
casi hasta la cintura. "Pará, muchacho!" le dije (porque Clarita es una orca
macho, pero yo siempre escuché "las orcas" y pensé que eran todas hembras o
hermafroditas como las lumbrice, vió?, y le puse Clarita) "me estás mojando
todo!". Se calmó y se quedó flotando a mi lado panza arriba. Mientras le
rascaba la panza (le gusta mucho y cierra los ojitos de placer) le pregunté
por dónde había andado y dándose vuelta para que le acaricie el lomo comenzó a
contarme esta historia:

La historia de Clarita

Y... anduve mucho, viejo, vos sabés que las orcas somos incansables y no
tenemos frío. Cuando me despedí de vos el verano pasado le pegué derecho para
el sur y cerca de Tierra del Fuego me encontré con un grupo de amigos y amigas
(algunas con sus crías) que volvían de la Antártida y me contaron que dos días
atrás se dieron un atracón de lobos que estaban en un apostadero con playa
ideal para la caza. Dos de los más jóvenes, pero ya adultos, se ofrecieron a
acompañarme y nos fuimos de cacería. Tenías razón. Una playa con declive
bastante pronunciado y una caída violenta a pocos metros de la rompiente. Esto
nos permitía acercarnos sin delatarnos y cuando atacábamos lo hacíamos sin
riesgo de quedar varados. Morfé como un descosido y seguro engordé algunos
kilitos. Vos sabés que soy de digestión lenta y después de una temporada larga
de alimentarme sólo a pescado, con tanta carne anduve pesadón unos cuantos
días. Pero fue un festín como no se da muy seguido.
Yo le dije (a propósito, para hacerlo enojar un poco y que siguiera hablando):
"qué bien, después no quieren que las llamen ballenas asesinas". Aunque
Clarita sabe que yo no pienso así, igual engranó: "Pará un poquito, Fiore,
quién habla de asesinos, nosotros matamos sólo para comer, no como los
hombres, está bien, no todos, pero muchos matan animales sólo por el trofeo."
Le dije para seguir la pica: "Bueno, pero eso de andar revoleando lobitos al
aire cuando ya comieron..."
- Momentito! - me contestó - como no todos los hombres matan por el placer de
matar, no todas las orcas revoleamos lobitos y vos sabés bien que yo soy una
de las que no lo hacen. Y te digo más, las orcas comemos pescados y lobos. Y
ustedes... todo bicho que camina va a parar al asador... y que vuela, que nada
y hasta las plantas. Todo ser vivo que pueden comer, lo matan y lo comen y a
veces hasta se los comen vivos. Y los gallegos y latinoamericanos hacen sufrir
bastante a los toros en las corridas, hasta que los matan... y cuando pescan,
dejan que los pescados se mueran ahogados lentamente fuera del agua. Y lo peor
de todo: se matan entre ustedes por dos mangos o masivamente en esas guerras
absurdas y criminales que empiezan por cualquier estúpido motivo, o por el
criminal motivo de vender armas, armas para matar que inventaron ustedes y que
cada vez son más terribles y destructoras.
Y no sigo, porque la lista de crueldades y crímenes de los hombres es
interminable. Pero yo sé que no todos son así, como vos sabés, Don Fiore, que
todas las orcas no somos iguales de carácter, porque sí somos todas animales
vivíparos y mamíferos. Y hermosos, como yo, modestia aparte."
Sí Clarita, le dije, no te enojés, es una broma, vos sabés como pienso yo. Qué
te parece si nos vamos a tomar unos mates con tortas fritas que hizo el cuis
de El Bardo?.
"no sabés que no puedo salir del agua, viejito gilún?"

EL VIEJO FIORE

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