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Mensaje 17 - FÚTBOL PATAGÓNICO


Siendo las 14.00hs del domingo, se apersona en el rancho el mencionado Carolo
con su fabuloso rodado apto para campo traviesa. El sol requiebra la tierra
seca con sus implacables ataques apenas amenguados por alguna que otra nube
solitaria que casi ni llega a manchar el cielo azul de la tarde.
Salgo masticando el último trozo de capón del infaltable asado dominguero,
sobresaltado por el rugido del potente motor de la 4X4 y los alaridos de las
piedras trituradas bajo las patonas del vehículo.
- ¡Bardo, apurate que tenemos un partido en la canchita del Poseidón!
Carolo me grita sin bajarse. La primera reacción es la de un no rotundo, estas
tardes soleadas de domingo son inmejorables para dormir una truculenta siesta
después del asado, o para salir a tomar sol en alguna playa urbana, pero tengo
que reconocer que no me da el espíritu ni el esqueleto para intentar un
partido de fútbol al sol.
Sin embargo el entusiasmo de mi amigo me contagia y me dispongo a calzarme el
equipo deportivo, unas bermudas floreadas que me llegan hasta más allá de las
rodillas y una camiseta musculosa negra marinera y monto rápidamente a la 4X4,
ansioso por demostrar mis habilidades peloteras.
El cuis se cuela en la camioneta, sin saludar y con una actitud altiva, como
si llevarlo a todos lados donde uno va fuera una obligación para mí y un
derecho adquirido para él.
- Discúlpeme, cuis, pero ¿dónde se piensa que va usted?
- ¿Cómo que dónde voy? A ver el partido por supuesto.
- Mire, cuis, la última vez que me acompañó a la cancha del Poseidón, tuve que
aguantarlo todo el día riéndose de los caños que me hicieron los contrarios y
encima casi me jugué la vida para salvarlo de la perrada, que si no es por mí
se lo comen vivo. ¿Acaso no se acuerda del perrerío que hay por esa zona?
- Sí, pero hoy me voy preparado.
Dicho esto, el cuis saca un poncho bien gastado y de adentro del poncho un
facón de tamaño bastante prominente.
- No señor, usted se queda acá. Y menos va a venir portando armas blancas.
- Sabés que pasa, Bardo, que vos a la final sos un amargo. Chau, me quedo, ¡y
ojalá que se coman una docena!.
El cuis baja ofendido de la camioneta, amaga irse para adentro hasta que dejo
mirarlo y en ese momento, con un movimiento ágil y sin que me dé cuenta, salta
por la puerta trasera de nuevo a la 4X4.
Mientras, Carolo, gran arquero, me pone al tanto de los detalles del
encuentro.
- El desafío es contra el Deportivo Chapa Quique, equipo jodido. Tienen un 9
que la rompe, los defensores son rápidos y juegan bastante fuerte.
Llegamos al predio y faltábamos nada más que nosotros dos para que el partido
empiece. De entrada nomás la monada rival nos miraba feo, aunque con total
indiferencia nos ubicamos en nuestras posiciones de arranque. Sigilosamente,
el cuis se baja de la 4X4, emponchado para no ser reconocido por la perrada,
que ya estaba merodeando por los alrededores.
Del partido mejor no hablo, habían resultado bastante bravos los del Chapa
Quique, ya me había comido unos cuantos caños y gambetas del nueve de ellos
que parecía que se había ensañado conmigo. Terminamos el primer tiempo 3 a 0 y
yo hecho un nudo, acalambrado y con la desdicha de no haber podido siquiera
detener mínimamente al hábil delantero. El que más sufrió fue Carolo, que
enfundado en su buzo exclusivo de color fluorescente, con guantes
profesionales y fuerte presencia en el arco, se la pasó arrastrándose en la
tierra intentando parar la andanada contraria.
El segundo tiempo no cambió mucho, salvo que cuando faltaban 10 minutos y
perdíamos 7 a 0, con un glorioso gol nuestro logrado por el chueco Currumil en
una escapada histórica, logramos el tanto del honor y así salimos de
zapateros. Ni bien sacan los contrarios del medio del campo se escucha un coro
de ladridos tremendos de la perrada del barrio que ya venía olfateando desde
hacía rato hasta que por fin dieron con el cuis, que estaba refugiado bajo un
arbusto al costado de la cancha envuelto en el poncho para no ser reconocido.
Ni bien lo identificaron, el perrerío se abalanzó contra el poeta, que ni
lerdo ni perezoso peló el facón haciéndoles frente mientras reculaba.
Inmediatamente Carolo y yo salimos en su defensa espantando a las patadas a
los perros y dejando el arco desguarnecido para que el 5 de los contrarios nos
metiera un gol de emboquillada desde el medio de la cancha. 8 a 1. Justo
cuando estábamos emparejando el partido. Pero por suerte llegamos a tiempo
para salvar al pobre cuis, a pesar de que sufrió alguna que otra mordida en el
cogote. Prácticamente estaba en estado de shock.
Con el cuis temblando nos despedimos de todos y salimos rápido para el rancho,
a echarle desinfectante a las mordidas y calmarlo un poco, ya que ni adentro
de la 4X4 dejaba de tirar estocadas al aire con el facón que en definitiva le
sirvió de muy poco.
Anduvo medio enclenque por un tiempo, desvariando continuamente con lo que las
poesías le salían medio surrealistas.
Así terminó otra de tantas tardes futboleras como las que se acostumbran en
Madryn, con canchas agrestes, todo piedra, nada de pasto, donde solo los
valientes se animan a tirarse a los pies del contrario. Porque acá, ocultos
tras raspones inevitables, rodillas sangrantes, camisetas amarronadas,
polvaredas continuas y remolinos de tierra, también se gestan los cracks que
hacen de este deporte algo más que patear una pelota, algo más que gritar un
gol, debe ser algún sentimiento apasionado que los lleva a correr hasta el
cansancio absoluto bajo el sol hiriente de la tarde, sobre piedras filosas y
con tierra hasta en las orejas, solamente para eso, para patear esa sagrada,
bienamada pelota.

EL BARDO

 

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