''''\___labarda___
 
 
Los elefantes no pueden desaparecer
 
El otro día, mientras estaba tratando de amaestrar a ese cuis poeta para que
salte una ramita de jarilla para atrás y para adelante y así ganarme la
merecida admiración y respeto de mis socios barderos que pululan por la zona,
crucé la ruta que va a Pirámide distraídamente, juntando más palitos y de
repente, envuelto en una nube grande de polvo y precedido por un rugido
atronador, veo venir a mi amigo Carolo en su 4X4 flamante atravesando triunfal
el desierto.
 Me ve y clava los frenos, disparando con sus ruedas cientos de cantos rodados
letales hacia los costados.
- Bardo! Cómo andás - Saluda mi amigo, medio extrañado al ver que yo le
hablaba con ternura al cuis, tratando convencerlo sin fortuna para que salte
la ramita.
- Bien, Carolo, adónde vas?
- A la península, vamos que te llevo -
Rápidamente le doy instrucciones al cuis para que recoja las ramitas de
jarillas y así seguir practicando más tarde, me mira con cara de desgano y con
ese característico acento de mapuche enojado me dice:
- Juntálas vos, que sos, cómodo? - y se va silbando un extraño loncomeo para
el rancho.
De todas maneras, jarilla es lo que sobra por acá, así que me subo a la 4X4 y
salimos disparados hacia adelante, entre el olor del polvillo que hace picar
la nariz y el desodorante de autos que impregna todo el interior. A los
costados los arbustos del desierto pasan a toda velocidad y en poco tiempo
vemos cerca un cartel que indica: "Pirámide: 60km".
Entre charlas amenas, tubos de oxígeno para buceo que golpean en el asiento de
atrás y luces inentendibles que prenden y apagan en el torpedo de la 4X4,
pasamos sin darnos cuenta Puerto Pirámide, un poblado pequeño con una playa
indescriptiblemente bella rodeada de tamariscos y bardas afiladas que no puede
dejar de lado ningún turista que se acerque a estos agrestes lugares.
Enseguida nos adentramos en la Península Valdés.
El camino es duro, recio y saltón.
A la izquierda vemos una superficie blanca, lisa y perfectamente plana:
estamos en alguna salina. A la derecha, el mar infinito allá abajo, bien
abajo. Nos encontramos en una curva del camino que recorre las bardas que en
esa zona tienen varios metros de altura.
De pronto Carolo hace alarde de la estabilidad de la 4X4 y de su perfecta
dirección hidráulica y en un viraje de 90 grados se mete en un caminito casi
invisible del costado de la ruta. Reduce la marcha hasta que finalmente para
el vehículo, como con respeto, cerca están los venerados elefantes marinos que
acostumbran descansar en las playas de la zona.
Bajamos, caminamos un trecho y nos encontramos cara a cara con estos místicos
animales salidos de algún cuento de marineros viejos. Los bichos nos miran con
recelo, pero no se mueven mientras nos paseamos horondamente entre ellos, casi
llegando a tocarlos, pero sin hacerlo. Está terminantemente prohibido entrar
en confianza con los elefantes marinos, sabido es que no sobrevirían en otro
medio que no sea el acuático, pero estos elefantes son tan sensibles que si
uno los toca o los acaricia un poco enseguida se aquerencian y quieren que los
llevemos. Una vez, de lástima, me traje uno al rancho pero lo devolví al mar
en tres días, resulta que el tipo no quería hacerme lugar en el colchón y
tenía la tele clavada todo el día en el Cartoon Network. Son tan dulces y
aniñados...
A lo lejos divisamos una variante de la especie, un raro espécimen de elefante
marino que en un primer momento nos causa una tremenda zozobra: este elefante
tiene dos patas y está erguido!!! Con miedo pero con gran curiosidad nos
acercamos un poco más. Usa malla enteriza floreada!!! Qué será esto, quizá sea
alguna mutación provocada por la contaminación incipiente del golfo, que hasta
el momento no era más que una vaga sospecha?.
- Vámonos loco, esto me parece un poco peligroso - le digo con mi habitual
valentía.
- Esperá, a ver.... -
Mi amigo se acerca un poco más y de lejos me hace señas que no pasa nada. Me
tranquilizo bastante al ver que simplemente se trata de una turista francesa
gordísima, excesivamente obesa, que le saca fotos a la fauna. La turista
bambolea toneladas de grasa y mientras avanza entre los animales, me veo
obligado a detener con un grito a un elefante macho que ni lerdo ni perezoso
la quiere incluir en su harén a toda costa. El elefante me mira con cara de
"vos para qué te metés, aguafiestas, envidioso" pero entre Carolo y yo ponemos
a resguardo a la gorda floreada, que no puede subir a la barda, por lo que
tenemos que usar un arnés bien resistente y arrastrarla con la 4X4 hasta el
camino.
Satisfechos y conformes con la buena acción del día, retornamos a nuestras
bardas acogedoras.
Lo invito a tomar mate a mi rancho, entramos y el cuis malandra está tirado
boca arriba con un vaso de ginebra al lado y para mejor con un molesto
ronquido que no deja ni hablar. Ni la pava puso.
Qué va'cer, difícil esto de conservar la fauna.
 
 
EL BARDO
 
 
 
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