LAS DOS CARAS DE SABLIQUI

"El hombre tiene dos caras

Una que siempre muestra

Otra que siempre oculta

Pero cuando muestra la que siempre oculta

No oculta lo que siempre teme mostrar"

Yogui Rabandranah Yavalavakapashtar, Siglo XVIII

1. MÚSICA PARA MIS OÍDOS

La noche del sábado prometía ser mucho más que una simple interpretación sucesiva de canciones en el piano. Sabliqui se había preparado bastante para ese concierto. Con su capacidad de improvisación y sus vastos conocimientos y experiencias en el manejo del teclado, le hubiera alcanzado con ir a tocar sin practicar nada y ahí mismo, in situ, sacar de la galera muchas de sus conocidas canciones, tangos, bossas o cualquier otra cosa con las que tranquilamente deslumbraría al público.

Pero no, el maestro no era uno de esos músicos de ocasión que prefieren sanatear total la gente qué sabe, el tipo preparaba cada una de las obras como si fuera la última, cuidando cada detalle, repitiendo el mismo esquema miles de veces por día hasta que le saliera perfecto.

Entonces se sentaba frente al instrumento en el living de su casa, apartaba el cenicero hecho con un pedazo de cilindro de motor grande que siempre estaba hasta el borde de puchos y tocaba, tocaba, tocaba.

Los amigos que esporádicamente lo visitaban en su casa lejana del Barrio Oeste salían todos con la sensación de que Sabliqui tenía alguna mágica habilidad oculta, una especie de arte prestidigitador con el cual les hacía creer que, aunque lo vaciara a la vista de todos, ni bien volvía a apoyar el cenicero en la mesa automáticamente se llenaba de nuevo con puchos apagados que aparecían en el momento mismo en que uno apartaba la vista aunque más no sea por un instante. Y mientras las personas presentes trataban de descifrar ese extraño truco el aprovechaba para darle y darle a las teclas sin parar.

- Marce, querida mía, tendríais la amabilidad de poner la pava al fuego para invitar a estos amigos a degustar algunos de tus incomparables mates con yuyo?

- Sí, Sabliqui, mi osito de peluche, cómo no.

El pianista es tan fino con las palabras como con las manos, que juegan correteando por el manso teclado, cual si fueran dos chiquillos alegres retozando en la pradera de un valle verde y templado al pie de los alpes suizos.

Endemientras, sus amigos y admiradores se pasan constantemente el recipiente de madera enchapada en lata y aspiran uno a uno con vehemencia la bombilla, escuchando con respeto los sones sutiles que canturrean las teclas.

Se hace la tarde del sábado y el pianista carga alegremente su equipaje musical en la Van, con la colaboración y compañía inclaudicable de su amada Marce. Como para no cansarse, el maestro carga cables, micrófonos, teclados y otros enseres bastante antes de la hora señalada para el show, tiene planeado un pequeño descanso y una buena ducha en casa antes de comenzar definitivamente el concierto.

Una vez instalado el equipamiento en La Oveja Negra, pub de onda en el que se llevará a cabo la tocada, Sabliqui prueba con profunda seriedad cada uno de sus instrumentos hasta lograr un sonido inmejorable. Todo está perfecto como para que la noche sea exitosa.

- Disculpad, noble propietario, mas quisiera elevar unos decibeles el volumen de mi humilde pianola. Desde ya, muchas gracias.

El encargado del bar acata de mala gana y mueve la perilla del canal del piano una vez más. Sabliqui, meticuloso, cuidadoso, caprichoso y cargoso ya lo tiene algo putrefacto. Pero el maestro sabe lo que hace. Sería incapaz de salir al ruedo sin tener perfectamente ajustado hasta el último y más ínfimo detalle.

Finalmente, después de dos tediosas horas probando sonido, subiendo y bajando volúmenes hasta el hartazgo y bastante cansado por el trajín pero con el espíritu bien elevado, parece que suena bastante bien, aunque Sabliqui, por supuesto, no está muy conforme. Igual se queda un poco más tranquilo y se va, recordando las sabias palabras de su amigo "El Cachete" que alguna vez le dijo en tono completamente despectivo e irrespetuoso "Dejate de joder con ensayar, Sabliqui, si total la gente no entiende una mierda". Con esa frase tranquilizadora aprendida durante largos y duros años de experiencias y fracasos, se sienta a la mesa y mastica unos buenos panchos con ketchup y huevos fritos.

- Querida Marce, disculpadme si por mi obsesiva insistencia. Os repito una y otra vez que estos manjares hechos con tus inmaculadas manos llenan tanto a mi estómago de alimento como a mi espíritu de dicha. Éreis realmente maravillosa.

- Gracias Peludín mío.

- tus palabras, amada, cuando pronunciadas con ese dejo sensual y bondadoso a la vez se cuelan en mis lastimados tímpanos, son como música para mis oídos. Os amo.

- Tenquiu gordi, yo también te quiero, orangutancito de papel crepé.

Peludín, osito de peluche, orangutancito!... Qué esconderá Marce tras esos apodos en apariencia inocentes y pegajosamente cariñosos? Reflejarán veladamente la real personalidad del músico, o son nada más que huevadas romanticonas de su inseparable compañera que se la pasa leyendo a Poldy Bird? Ya veremos...

 

2. MÚSICA PARA LOS OTROS OÍDOS

Llegó la hora y Sabliqui, bastante transpirado de antemano, posa suavemente la copa de gaseosa casi sin emitir ruido sobre la mesa que comparte con Marce y otros amigos sensibles como él y se pone de pie. Serio y apocado se dirige al escenario ante la mirada de mil ojos espectantes.

- Deseadme suerte, mi bienamada, os dedicaré una de mis más trabajadas piezas en tu honor.

- Suerte, maestro - le dice el bandoneonista amigo con una sonrisa.

- Te va a salir bien, mi gatito peludito - otra vez Marce con esos apodos vergonzosos.

- Rompéla, Sabliqui, rompéla! - le grita un desubicado del fondo, apoyado contra el tronco del árbol que está plantada bien adentro del boliche y traspasa el techo. Sabliqui gira un poco el cuello con una sonrisa forzada hacia el que gritó como si estuviera en la cancha, pero no puede determinar si la grosería proviene de "El Cachete", que ya se bajó un par de cervezas, o de Quiaramonqui que mira para otro lado haciéndose el gil.

Rápidamente el maestro omite este comentario fuera de lugar y se acomoda con mucha delicadeza en el viejo banco que lo acompaña en todos sus conciertos desde muy niño.

Sabliqui no admite ejecutar el piano con otro asiento que no sea éste, a pesar de que está bastante descuajeringado sobre todo en estos últimos tiempos en que tiene que soportar el excesivo sobrepeso adquirido por el pianista.

Sin embargo, Sabliqui de vez en cuando lo acondiciona sujetando las patas al asiento con unos clavos gruesos y de varias pulgadas, cola de carpintero en abundancia y La Gotita. Pero no cambia el fiel banquito por nada del mundo.

Una vez sentado, los parroquianos hacen un profundo silencio. Sólo se escucha a lo lejos el suave pero molesto ruido lejano de la máquina de hacer café que misteriosamente también calla de súbito, pero no el cuchicheo de tres señoras recientemente divorciadas que están compartiendo una mesa y beben de unas copas finas unos tragos exóticos, dejando marcas grotescas de rouge a cada trago. Es difícil identificarlas detrás de los varios centímetros de maquillaje que ocultan completamente sus rostros, pero por las miradas punzantes que lanzan de vez en cuando hacia algunos hombres apostados cerca y que parecen solos, seguramente se trata de mujeres con intenciones que van mucho más allá de simplemente pasar un momento musical de la mano del maestro.

Con una sonrisa simpática practicada varias veces Sabliqui se acerca al micrófono.

- Estimado público, tengan ustedes muy buenas noches. Me veo en la obligación de pediros disculpas por distraer por un momento vuestra atención para regalarles algunas obras que espero sean de su fino agrado. Si sois tan amables y de buena voluntad, ejecutaré para vosotros, con el mayor de mis respetos y consideración, melodías muy caras para mis sentimientos que ahora mismo deseo compartiros y que luego habéis de evaluar con sus sutiles entendimientos. Graciais.

Se escuchan unos aplausos aislados y se vuelve a hacer un silencio tenso mientras Sabliqui aprieta unos ignotos botones para lograr el sonido deseado, botones que sólo él conoce y comprende pero que para el resto son nada más que lucecitas de colores.

Sin embargo, antes de que suene la primer tecla un gordo bastante oleaginoso sentado en el fondo con dos mujeres risueñas practica unos sonoros "cracks" masticando una parva de maníes, ruidosas dentelladas que retumban en todo el boliche. Luego acompaña este ruido con un "glub-glub" que se oye nítido mientras vacía el vaso de cerveza.

A todo esto Sabliqui, respetuoso, espera a que el gordo trague para dar comienzo al espectáculo.

Y se hizo la música. El maestro ataca con suavidad al teclado obteniendo acordes nostálgicos que desgarran de entrada el alma cuando empieza con "Malevaje", porque ahora parece que se le da por el tango. Muy despacio, pianíssimo, la presión de sus manos sobre las teclas va aumentando hasta lograr momentos de tensión que hacen vibrar las fibras más íntimas de los presentes. Y de nuevo la pasión da lugar a otro momento de calma. Suavemente, casi inaudible, acaricia los rectángulos blancos y negros que se dejan tocar dócilmente. Desde la mesa del gordo insisten: "crack, crack" mientras que las mujeres que lo acompañan parlotean bajito mirando de reojo al pianista que sigue inmutable. Un hilo de transpiración le comienza a bajar por la mejilla derecha y brilla contra el reflector que lo ilumina, contrastando con la oscuridad reinante alrededor.

Termina "Malevaje", con un final impredecible y el recinto se convierte en un cerrado aplauso.

- Gracias, estimadísimo público, muchas gracias. Después de este clásico del dos por cuatro, os haré entrega de este tema en memoria del gran compositor y músico argentino Ástor Piazzolla: Adiós Nonino.

Otra vez el silencio y la tensa espera. Pero esta vez sorpresivamente interrumpido.

- Qué hacé, Cacho! -

Grita con un vozarrón desafinado el gordo mientras trata de sacarse con el dedo meñique un pedazo de maní que se le quedó pegado en una muela. El supuesto Cacho recién llega y se acerca a abrazar al obeso, que tiene puesta una camisa que le va evidentemente chica, apenas si los botones pueden sostenerse dentro de los ojales, con la amenaza potencial de que si se le llega a reventar uno puede causar serias heridas en las personas cercanas, como si se tratara de un verdadero proyectil de un arma de fuego.

Sabliqui mira para el lado del gordo con ojos que disparan rayos letales, pero como de costumbre, con su acendrado respeto por el público, no dice nada. En su mesa Marce lo observa sonriente y le guiña un ojo con complicidad y, para darle ánimo, el bandoneonista amigo levanta el pulgar en señal de victoria.

Esto aplaca un poco al pianista, que vuelve a lo suyo.

Comienza "Adiós Nonino" con unas raras variaciones que ni siquiera los músicos presentes aciertan a descifrarlas en una primera oída. Parece que alteró la armonía natural del tema para desarrollar raras modulaciones hacia tonalidades lejanas. Algunos se quedan perplejos mirándolo. A otros, en particular las tres divorciadas que no pararon de parlotear desde el principio y el asqueroso gordo del fondo, les importa tres pelotas lo que toque el gordito ese.

 

3. MÚSICA PARA TODO EL MUNDO

Sabliqui sigue concentrado en el teclado. Luego de esas variaciones raras y novedosas encara el motivo central del tema logrando una conjunción de sonidos de los dos teclados que está utilizando a la vez, que asemejan coros de voces humanas mientras el piano sigue la armonía. Sencillamente maravilloso. Sus manos no pulsan las teclas, solamente las rozan tangencialmente sin tocarlas y las teclas solas, por temor o por respeto, bajan produciendo un sonido dulce, polifónico a veces, pero siempre extasiante. El bandoneonista cierra los ojos y se deja llevar por la música a otras dimensiones blandas y rebotadoras. O se habrá dormido? No. Imposible para un hombre que sabe valorar lo bueno.

Viene la parte fuerte y el maestro golpea con delicada rudeza los marfiles. A toda velocidad, como un motor de un fórmula uno, ataca las teclas obteniendo sonoras y claras fusas, semifusas, cuatrifusas hasta que los dedos de sus manos regordetas increíblemente desafían las leyes físicas y parecen salírseles de las coyunturas, pero sus manos siempre los atrapan en el aire para obligarlos a volver a pulsar con seguridad el teclado.

No puedo asegurarlo, pero algunos cuentan que era tal la habilidad del maestro que en un momento hasta llegó a sacarse un zapato y una media mientras ejecutaba sin parar para luego tocar algunas frases muy bien logradas con los dedos del pie derecho, a pesar de que una uña encarnada del dedo medio le hizo pifiar un par de veces.

Fuera de sí, despeinado como el mejor director de la Sinfónica de Viena, entregaba todo en esos instantes de mareantes vaivenes musicales. Loco, loco, loco.

Pero claro, el gordo no entendía nada de esto, el masticaba maní, chupaba cerveza y hablaba a los gritos con Cacho, como acompañando la fuerza del sonido de Sabliqui en las partes más vigorosas del tema.

Final a toda orquesta y la gritería del gordo, Cacho y de las divorciadas se confunden con un nuevo aplauso. Pero a Sabliqui estos personajes lo afectaban. En su mente pesaban mucho más estos cinco desubicados que la multitud que lo aplaudía. Sin embargo sigue.

- Nuevamente, gracias. Lo que sigue es una chacarera un poco arreglada, o desarreglada, jé - le faltaba nada más ironizar para ser un artista completo - con un estilo muy particular en el que creo haber descubierto la "chacarera barroca", jé - la gente se mira y son pocos los que captan la sutileza - por cuanto si me lo permitís, la ejecutaré de inmediato.

- Croaaaaac! - El gordo del fondo se manda un eructo que hace volar las servilletas de la mesita y un vaso se tambalea un poco sin llegar a caerse, logrando las carcajadas de sus seguidores.

Sabliqui, demasiado alterado, no tiene tiempo a reaccionar. Ya había empezado la chacarera barroca. Al primero siguen dos o tres sonoros eructos más, lanzados con intencionalidad y como una gran gracia por parte del gordo fanfarrón.

Al mismo tiempo en el cielo, las nubes que desde temprano amenazaban tormenta comienzan a despejarse dando lugar a una gigantesca y luminosa luna llena. Desde la estepa se escucha el aullido de un lobo, raro en esta zona donde los lobos no abundan mucho, pero es el llamado primitivo. El llamado febril y desesperado de la naturaleza, de las raíces ancestrales de cavernícolas famélicos y cuadrúpedos carnívoros que están listos para perseguir a su presa sin claudicar hasta tenerla entre sus dientes filosos.

En el piano, Sabliqui comienza una paulatina transfiguración que se traduce inicialmente en muecas descontroladas de su mandíbula inferior que se desplaza alocadamente hacia los costados, se le hinchan y enrojecen los cachetes y comienza a crecerle unos pelos como alambres en las mejillas y bajo el cuello. No obstante sigue tocando, pero ahora se quedó por un largo rato en un acorde disminuido que alterna en distintas posiciones y que cada vez suena más fuerte y tenebroso.

Sus manos ágiles, blancas y delicadas se transforman en garras con uñas puntiagudas y larguísimas que arañan las teclas. En poco tiempo no puede mantenerse erguido sobre su silla, le crecen pelos por todos lados y los colmillos se estiran hasta salírseles de la boca como dos estacas. Sus ojos largan fuego, y con una voz deformada y gutural grita.

- Gordo sorete y la reputísima madre que te parió!!!

Afuera los lobos aúllan más.

Sabliqui de un salto abandona el escenario y cae en cuatro patas sobre la mesa de las divorciadas, que están con un susto de locos pero aprovechan la oportunidad de la cercanía del pianista-lobo para observar detenidamente la entrepierna del monstruo, que también le había crecido de manera descomunal, bastante más de su tamaño normal.

A cada paso de la bestia lo siguen ruidos de copas rotas, sillas que vuelan por el aire rompiendo vidrios, mesas, cuadros y gente. Algunos logran huir del recinto pero otros quedan atrapados entre Sabliqui, que se dirije directamente hacia el gordo y el maldito árbol que no deja lugar para que la gente pase.

El maestro se detiene frente a la mesa del gordo que ya no mastica, solamente emite un sonido como el balar de una oveja media muda y lo mira con los ojos desorbitados.

- Así que queré manise, queré? Tomá, comé gordo asqueroso, comé!

Sabliqui agarra con una mano el plato rebosante de maníes y con la otra le aprieta el naso al gordo para que abra la boca. Luego en un solo envión le ensarta el plato entero hasta la garganta al gordo que no atina a defenderse.

- Eructá ahora, a ver!!

De la pared descuelga una guitarra acústica que tiene todas las cuerdas pero está media desafinada, sosteniendo al gordo del cuello le aplica un guitarrazo tremendo en la cabeza, logrando un mi menor séptima bastante aceptable. Porque para el maestro, ante todo y en cualquier situación, primero está la música.

Las tres mujeres maduras embadurnadas con rouge y rubor tratan de salir tímida y sigilosamente del pub, tratando de pasar desapercibidas, pero inmediatamente Sabliqui percibe el intento de fuga y voltea hacia ellas.

- Ustedes tres, viejas chotas, se me sientan ahí!!!

Las tres obedecen al instante y se acomodan como colegialas tímidas de un convento.

- Qué se creen, que van a levantar algo con esas caras de culo pintarrajeado, viejas mamarrachas!!!

De pronto, las nubes vuelven a reinar en el firmamento. La luna se oculta tras un manto negro de nubarrones que están por reventar, los lobos afuera desaparecen y se escuchan los primeros truenos.

Sabliqui vuelve a su estado normal, bueno, digamos a su estado de siempre. Los pelos desaparecen dejando lugar a una piel lampiña y blanca. Se vuelve a sentar al piano rodeado del silencio absoluto de los asistentes. Nadie habla, ni siquiera nadie atina a manotear una copa por miedo a hacer algún ruido que desconcentre al maestro.

El gordo sigue con el plato de maní incrustado en el paladar pero no intenta destrabarlo. Las divorciadas lo miran con sonrisas hipócritas y aplauden desde mucho antes que empiece a tocar.

Sabliqui, con su acostumbrada parsimonia, se sienta y encara la "Canción del viento", un tema viejo del cual él mismo es el autor y que dura como 45 minutos o más pero que al finalizar es aprobado por una multitud entusiasta que lo aplaude a rabiar.

Sabliqui se pone de pie, saluda con una imperceptible inclinación del cuello, y se va.

Te voy a dar osito de peluche.

 


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