PARA UNA MUJER LEJANA

 
Quise mirar en la memoria del fuego
la flama diluía y retorcía el mar adelante
entre los cracks de las ramitas secas
que alimentaban la memoria
y las cenizas que el viento se encarga de desvanecer
en lo profundo de la conciencia
encontré unos papeles olvidados
ajados testigos de lo que alguna vez
quiso ser una poesía
pero que finalmente se desintegró
como las cenizas en el aire
como la flama mas allá de las jarillas
como la huella de un pie descalzo
en la arena mojada de la bajamar
como el vuelo de una gaviota
que se esfuma tras las bardas.
Y el fuego seguía brotando
mágicamente, de la nada,
trayendo tonos de canciones remanidas
y voces de algarabía en los arbustos de al lado.
Me quedé mirando la flama rojo amarillenta
hasta que mis ojos cansados y tibios
se obligaron un pestañeo prolongado.
Y en ese instante de cerrarlos
efímero para unos, eterno para otros,
la silueta de la flama se mantenía frente a mí.
Y la memoria del fuego trajo en oleadas
una imagen perseguida, acechada.
Era ella, la mujer lejana,
que me sonreía desde el corazón del fuego
que detenía el trazo invisible dejado en el aire
por aquella gaviota solitaria
que retornaba la huella de pie descalzo
a ocupar su lugar en la playa
que alisaba de nuevo los papeles memoriosos
y que mantenía el fuego constante,
intocable... pero cercano.
 
 
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