LA RUTA

(Nunca viajé tanto como hasta ahora

Nunca fui tan viejo como ahora mismo)

Ya conozco a la ruta

la crucé varias veces, nunca termina

vi las alambradas corriendo a los costados

vi postes de luz perforando el campo y el cielo.

Sentado indiferente a todo la crucé

en una máquina que aplastaba insectos

y calentaba los pies.

La conozco porque estuve

en micros con olor a tapizado viejo

mezclado en un pasaje adormecido

con dolor de cuello y piernas

mirando una película cualquiera que pusieron

que no se escuchaba.

Y nunca había nadie adelante

a veces algún espectro de metal

que esquivaba y se iba rápido.

A veces un nido de horneros en uno de esos palos

que corren siempre al costado

o una lechuza, o a lo sumo vacas mudas y ciegas

que siempre están lejos.

Por eso que nunca se acaba la ruta

por más que tantos camiones

intenten redibujarla en la banquina.

Viajar sin rumbo

Es como caer al vacío desde un punto del espacio

sin vértigo ni peso, sin saber que se cae.

Pero sabiendo que al final de la caída,

al final de la ruta cósmica del campo

que la gravedad mantiene a ras del piso,

nunca hay nada.

Porque aunque tras el parabrisas

se muestre a lo lejos el perfil de un pueblo

preanunciado por casuchas flojas

y carteles grandes y luminosos de bienvenida

y surtidores de nafta y luces:

la ruta no se termina nunca.

 


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